Feijóo y la confusión
El líder popular recurre a la hipérbole en sus críticas al Gobierno y obvia las enormes competencias autonómicas que dependen de su partido
El líder de la oposición compareció este viernes para hacer balance del año que acaba, y sus palabras confirmaron lo que ya se sabía: que Alberto Núñez Feijóo impugna por completo la actuación del Gobierno. Lo que seguimos sin saber es cuál es su alternativa, más allá de la letanía de la bajada de impuestos o esas leyes contra la okupación o en favor de la conciliación familiar, que ha aprobado la mayoría absoluta del PP en el Senado en un ejercicio de brindis al sol parlamentario. El reproche de Feijóo a la incapacidad del Ejecutivo para frenar los precios de la vivienda resulta muy fundamentada. Ahora faltan por conocer las soluciones de un partido que gobierna 11 comunidades autónomas —el 70% de la población española— con competencias plenas en la materia.
En el discurso del PP permanece una querencia por lo hiperbólico que desnaturaliza la crítica motivada e imprescindible a actuaciones del Gobierno. Llama la atención que actúe así justamente quien prometió, al tomar el mando del partido, desterrar la hipérbole del debate político. Es lógico que el líder de la oposición recrimine a Pedro Sánchez su “triunfalismo económico” y subraye los preocupantes déficits en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Lo que carece de sentido es ignorar los datos de todas las instituciones internacionales, que sitúan a España a la cabeza del crecimiento en Europa, para pintar un cuadro próximo al apocalipsis.
Del mismo modo, se entiende y se necesita que la oposición exija explicaciones por la presunta corrupción de quien fue la mano derecha del presidente, José Luis Ábalos. Pero roza la caricatura escuchar que nunca en democracia se habían producido tantos escándalos de boca del líder del mismo PP, que este año ha visto al Tribunal Supremo confirmar que pagó en negro obras en la sede donde trabaja cada día Feijóo, cuyo tesorero histórico acaba de pasar una larga temporada en prisión, o que tiene a un exministro del Interior pendiente de ser juzgado por usar la policía para destruir pruebas que incriminaban al partido, al tiempo que se investiga a altos cargos de su Ministerio por espiar a adversarios políticos y fabricar informes falsos sobre ellos.
El líder popular recuperó aquella vieja afirmación de que no es presidente porque no quiere, reelaborada como que no está en La Moncloa porque él no renuncia a sus principios. A la vez, defendió las “coincidencias en las votaciones con Junts”, eufemismo para referirse a lo que en algunos casos han sido acuerdos en toda regla. “No se pueden ganar votaciones en el Congreso sin Junts”, se justificó Feijóo como quien acabara de descubrirlo. Eso no le impidió retomar sus críticas a la amnistía y defender que Sánchez, en lugar de reunirse con Puigdemont, “tendría que detenerlo”. Un discurso difícil de conciliar con la evidencia de que el PP acepta ya como interlocutor a la formación que actúa a las órdenes de esa misma persona por cuyo arresto aboga.
En un momento en que los ultras se abren paso en medio mundo, España necesita más que nunca una derecha moderada y comprometida con los valores democráticos. En ese sentido sonó muy bien la profesión de fe de Feijóo en la “Constitución, la democracia liberal y el Estado de las autonomías”. Si no fuera porque proclamó todo eso mientras persistía en su empeño en denostar la celebración de los 50 años del fin de la dictadura. “Es jugar a la división y la fractura”, sentenció. La extrema derecha lo suscribiría sin dudar. Feijóo habla de la democracia y la Constitución de 1978 como si fueran fenómenos meteorológicos, que ocurrieron sin conexión alguna con el hecho de que solo tres años antes moría el dictador que prohibió sus fundamentos durante cuatro décadas y persiguió a quienes los defendían. Si recordarlo divide, la cuestión es saber a qué lado de esa división se coloca cada cual.
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