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RED DE REDES
Columna
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Lo admito, la Tierra es esférica

No es buena idea confundir la coherencia con la cabezonería, y no hace falta viajar a la Antártida para comprobar que el planeta no es un disco

El canal Errera, en la Antártida.
El canal Errera, en la Antártida.robertharding / Alamy Stock Photo
Jaime Rubio Hancock

Cambiar de opinión tiene mala prensa. Esa mala prensa es comprensible si hablamos de políticos en busca de votos, pero aun así deberíamos mostrarnos más predispuestos a reconocer que estamos equivocados porque todos lo estamos en algo, aunque solo sea por estadística.

Pensemos en Jeran Campanella, por ejemplo. Campanella tiene un canal de YouTube dedicado a explicar que la Tierra es plana. ¿Los vídeos de la Nasa? Montajes. ¿Los astronautas? Actores. ¿Los científicos? Unos farsantes. Hace unos días, viajó a la Antártida en un viaje organizado por un pastor de Colorado, Will Duffy, que puso en marcha lo que llamó El experimento final, en el que terraplanistas y terraglobistas fueron a comprobar que en diciembre el Sol no se pone en el Polo Sur, algo que solo pasa en un planeta esférico y con el eje inclinado.

La Antártida es un sitio importante para los terraplanistas: según sus teorías, los civiles tienen prohibido visitar el continente, donde además hay un enorme muro de hielo que rodearía la Tierra. Con esas dos cosas, los terraglobistas podrían hacer trampa y llevar a los conspiranoicos a cualquier sitio con nieve (Andorra, por ejemplo) para tratar de convencerles de que están en el Polo y no hay muro. Pero con lo del Sol, no: o se pone o no se pone. Y no se ha puesto. En un vídeo que se ha movido también por X, Campanella admite que estaba equivocado, que no es poca cosa. No llega a decir que la Tierra es redonda, pero sí cuenta que lo que ha visto no encaja con lo que creía. No sé qué hará falta para terminar de convencerle, ¿llevarlo al espacio?

Es muy tentador reírse de Campanella, pero todos actuamos como terraplanistas de vez en cuando y ni siquiera nos llevamos un viaje gratis a la Antártida. Nos creemos personas muy racionales que examinan argumentos de forma concienzuda, pero no suele funcionar así: nuestras opiniones son intuitivas, emocionales y sesgadas. Como escribe el ensayista Michael Shermer en The Believing Brain, tenemos reacciones instintivas a la información que nos llega: si encaja con nuestras ideas previas, la aceptamos de forma acrítica; si no encaja, la rechazamos y nos convertimos en víctimas del sesgo de confirmación. Por ejemplo, cuando uno cree que el cambio climático es un cuento, una inundación de más no le hará cambiar de idea, porque solo será “algo que ha pasado siempre”. Pero un día de frío sí le reafirmará en lo que opina. Primero somos terraplanistas, antivacunas o negacionistas, y luego ya encajamos los titulares en nuestra realidad. Incluso esta columna está sesgadísima, solo hay que ver los ejemplos que he escogido.

Pero la solución tampoco es ir dando tumbos y creer la última ocurrencia que nos llegue, que es algo que nos puede ocurrir si pasamos demasiado tiempo en X. Al final, acaba uno como Elon Musk: hace unos años aseguraba que no era ni de izquierdas ni de derechas, y este domingo tuiteó que solo AfD puede salvar Alemania. Es decir, recomienda votar a un partido que, por decirlo suavemente, coquetea con el neonazismo.

Estamos ante dos riesgos: por un lado, es absurdo mantener las mismas ideas que cuando teníamos 20 años, como si entonces ya lo supiéramos todo. Pero, por otro, podemos terminar pensando que las vacunas contienen nanochips. Es posible que los dos riesgos partan del mismo error, el de creer que somos más listos que nadie: tenemos razón desde siempre y además somos tan inteligentes que no nos engañan los poderes ocultos que nos quieren hacer pensar que los neonazis son mala gente, cuando solo pretenden defender sus fronteras o, como decía cierto pintor nacido en Austria, su Lebensraum.

Es difícil darnos cuenta de cuándo hemos metido la pata. Pero sí podemos tener claras un par de cosas: si alguien nos lleva al Polo Sur solo para demostrarnos que estamos equivocados, o si acabamos defendiendo a nazis en las redes sociales, es muy probable que estemos perdidísimos y que haya llegado el momento de parar y dar media vuelta.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.
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