Franco se le hace bola a Feijóo (y a Ayuso)
Los líderes del PP no dudan en alinearse con la ultraderecha contra los actos programados por el Gobierno por el medio siglo de la muerte del dictador
La volatinería verbal que despierta el franquismo a nuestros líderes y lideresas de la derecha no tiene comparación con casi nada. Por eso acaban de echarla a rodar por tierra, mar y aire sin ningún escrúpulo, e incluso sin temer que pueda contribuir al compadreo amistoso y más o menos contemplativo con que otros líderes de ese espectro, incluida la nutrida ultraderecha, se manejan con ese accidente menor del pasado de este país que al parecer fue el franquismo. Probablemente de buena fe muchos de ellos no vean a qué viene ahora —medio siglo después de la muerte de Franco— ponerse a recordar qué tipo de país construyó el dictador tras las ruinas de una guerra tremebunda, si tampoco estuvieron tan mal las cosas por entonces y en las décadas siguientes: ¿puede tener sentido recordar el encarnizamiento con el que el régimen de Franco obró sistemáticamente contra los derrotados, los vencidos, los exiliados y sus familias, sus bienes y sus posesiones? ¿De verdad que ahora hay que asustar a los muchachos, a los jóvenes y a los desinformados contándoles que la victoria del franquismo llevó dentro decenas y decenas de miles de vidas destruidas, saboteadas, arruinadas después de cesar las armas en la primavera de 1939 y para el resto de vida que les quedase?
Igual es verdad que produce una insoportable vergüenza histórica saber que el régimen de Franco continuó la guerra por otras vías a partir de abril de 1939 con el objetivo declarado de extinguir la simiente de una España que había cabrioleado feliz durante al menos una década y había imaginado un futuro… clavadito al de la España de la democracia de estos últimos 50 años. Ni las mujeres eran mulas de carga y paridoras de hijos sin derecho a nada en ese futuro que imaginaron y es el actual presente, ni las aulas de colegios, institutos y universidades se regían por el delirio ensotanado de un nacionalcatolicismo como verdad obligada para ser español verdadero, ni el asesinato y expulsión de liberales, intelectuales, profesores, pintores, periodistas, científicos, arquitectos o escritores era la ley de un país mudo y castrado.
Casi están por convencerme, y mejor no evocar el inmediato pasado de un país dominado por la propaganda de Estado como sustituta de la información y la censura religiosa y política como profilaxis contra el mal de la libertad democrática de la Europa que venció a Hitler y Mussolini. ¿Para qué hay que recordar todo eso? ¿Qué bien puede hacerles a los apacibles votantes de Vox que dudan entre esa formación y el PP? ¿En qué puede ayudarles a entender que un régimen de libertades democráticas, de respeto a las minorías y a las mujeres, a la libertad de prensa y a la información veraz, al respeto a los derechos humanos y la seguridad jurídica ha sido una conquista cotidiana, constante, firme y tenaz de quienes disintieron de un Estado de terror instaurado desde la victoria de 1939 y que acabó sus días con cinco sentencias de muerte firmadas por un Franco cadavérico? Por ventura divina, siguen saliendo libros ejemplares de inteligencia y amenidad como el de Nicolás Sesma, Ni una, ni grande, ni libre, y ahí seguro que encuentran munición para dejar de decir pendejadas.
La frivolidad chistosa con que han difundido sus ocurrencias tanto Feijóo como Ayuso contra la campaña de actos conmemorativos programados por el Gobierno delata la íntima certeza cínica de estar haciendo el juego a una ultraderecha neofranquista y nostálgica a la que temen. Se les hace bola Franco, sin duda, pero sobre todo se les hace bola porque se temen a sí mismos, pese a recordar una y otra vez las infinitas bondades de una Transición ultramodélica, cuyo origen material fue la muerte de ese mismo Franco que tanta risa hoy les da conmemorar.
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