La violencia olvidada de Haití
El único camino para romper la espiral que destruye al país caribeño es la colaboración internacional para acabar con el dominio del crimen organizado
La espiral de violencia sin freno que el pasado fin de semana estremeció Puerto Príncipe supera todos los límites de atrocidad que las pandillas imponen diariamente a la población de Haití. La irrupción de un comando armado en la zona costera de Wharf Jerémie, en la marginal comuna de Cité Soleil, desembocó en la masacre de al menos 184 personas, la mayoría de ellas mayores de 60 años, según la ONU. La espita de esos tres días de terror fue la venganza del líder de una banda criminal contra un grupo de ancianos a los que acusó de causar la enfermedad y muerte de su hijo a través de rituales vudú. La matanza ha continuado a lo largo de esta semana. El blanco del cabecilla, conocido como Micanor Altès, fueron en esa ocasión los vecinos señalados por hablar con la prensa.
Los episodios de violencia en Haití no son una novedad, pero su normalización es parte esencial del problema. Las efímeras autoridades del país caribeño —que de facto carece de una institución asimilable a un Gobierno desde el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en 2021— no han logrado afrontar el colapso del Estado, acelerado por una corrupción estructural, las luchas de poder en la clase dirigente y la miseria. La consecuencia directa es la condena de millones de haitianos a sobrevivir asfixiados por la delincuencia. Las pandillas, como la que arrasó el barrio de Wharf Jerémie y la confederación de grupúsculos liderada por el expolicía Jimmy Barbecue Cherizier, han ocupado el vacío institucional y oprimen amplios territorios del país.
Tanto Naciones Unidas como el primer ministro de Haití —el cuarto en lo que va de año— manifestaron su más rotundo repudio ante lo sucedido. El secretario general de la ONU, António Guterres, instó a los países miembros a brindar su apoyo logístico y financiero a una misión encabezada por Kenia y desplegada en 2023 para colaborar con la policía local. Esa fórmula de ayuda internacional, sin embargo, siempre fue insuficiente para abordar un desafío de estas características y hoy —cuando la atención se reparte entre Oriente Próximo y Ucrania— languidece sin apenas recursos.
El único camino para facilitar una transición política, crucial y urgente para el futuro de Haití, es acabar con el dominio del crimen organizado. Y ello solo es posible con una implicación mucho más nítida de la comunidad internacional y, a la brevedad, con la aprobación de una fuerza de paz, una opción bloqueada hasta ahora por la oposición de Rusia y China en el Consejo de Seguridad. El primer paso para frenar la violencia debe ser sacarla del olvido.
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