Pesadillas eléctricas
Cuando pienso en los españoles que este puente peregrinaron a Madrid para ver los más de 20.000 puntos de luz imagino sus viajes de vuelta
Cuando pienso en los españoles que este puente peregrinaron a Madrid para ver los más de 20.000 puntos de luz que se encendieron el pasado jueves, no me los imagino mirando boquiabiertos el gigantesco árbol que cubre la fachada del Four Seasons, ese hotel que solo pueden pagar los superricos; ni el cono lumínico de la Puerta del Sol, el lugar donde, según uno de los mitos fundacionales del centralismo, nacen las carreteras; tampoco perplejos frente a la fachada imponente pero mundana de El Corte Inglés de Castellana, donde el vulgo adulto se le permite tocar bolsos de lujo y el populacho menor manosear juguetes de alta gama. Cuando pienso en toda esa gente que se desplazó con ilusión mochilera a dormir en pisos turísticos en la ciudad que compite con Vigo por ser la capital ibérica del kilovatio, me imagino el camino de vuelta de alguna familia. En la parte de atrás del utilitario viajan los que aún no tienen edad para plantearse cuál es su clase social. Con la tristeza que dejan los finales y el silencio que solo obra el cansancio, van contemplando por la ventanilla el resplandor del cercano solsticio de invierno, ese espectáculo gratuito. Uno de ellos se fija en las torres de alta tensión por las que circula la energía que alimenta la vida moderna. Es el que pregunta por qué los pájaros no se achicharran al posarse en los cables. Nadie contesta. Conduce el padre. Él les cuenta, en cambio, que Madrid es la ciudad de la libertad y que libertad es la capacidad de las personas para hacer lo que quieran. Ella contesta por lo bajo que libertad también es vivir sin miedo a que te arrasen los bancos. Uno de los niños irrumpe a gritos. Un tren de luces está surcando el cielo. “¿Qué hostias es eso?”, exclama el conductor. La copiloto busca en el móvil: “Es un tren de satélites de Elon Musk”. Ya en casa, el matrimonio comenta en el baño que mañana sube de nuevo el precio de la electricidad. Los niños y el padre duermen a pata suelta. La madre no pega ojo. Le come la ansiedad.
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