Se acabó la tregua
Ante unas redes comprometidas con la derecha orwelliana de Trump y en guerra con el periodismo de investigación, los medios solo pueden asumir un papel: la resistencia
La red social, como Taylor Swift, tiene eras. En la primera, la gran era del descubrimiento, ocurrió cuando aquellos que habían crecido desterrados de la vida social del instituto, la discoteca y el césped de la universidad fundaron su paraíso en las habitaciones minimalistas, descentralizadas y protegidas del chat IRC. Su cumbre fue la guerra del Golfo, cuando activistas, periodistas y ciudadanos empezaron a usarlas para compartir información y verificar noticias en tiempo real, retando tan a menudo el relato de gobiernos y medios generalistas, que se instaló una leyenda fundacional: internet como medio del pueblo frente a los mass media.
El IRC nunca fue masivo. No tenía interfaz gráfica de usuario y hacían falta unos mínimos conocimientos técnicos para usarlo con legitimidad. Y mucha gente no tenía internet. Una década más tarde, los blogs materializaron el sueño de un medio de comunicación total: todos hablando con todos al mismo tiempo desde todas partes, contando lo que los medios no quieren o no pueden contar. Había tarifa plana, y plataformas como Blogger, WordPress y Movable Type eliminaron parte de los requerimientos técnicos, abriendo el mundo de la publicación a personas sin contactos, sin dinero y, en el mejor de los casos, un conocimiento profundo, obsesivo y minucioso de los temas más bizarros. La blogosfera fue un catálogo de maravillas, un museo de nichos, una infraestructura tentacular de crecimiento aparentemente infinito y atómico. Pero también el lugar donde encontrar “la verdad” de conflictos marcados por el abuso de poder: la invasión de Irak, el movimiento antiglobalización que arrancó en Seattle y cristalizó en la cumbre del G-8 en Génova, donde murió Carlo Giuliani.
Los blogs también iban a acabar con los medios tradicionales, pero tenían mantenimiento. Había que pagar un dominio y un servidor dedicado, publicar con regularidad. En la era siguiente, Facebook y Twitter heredan la leyenda democratizadora y despejan al mismo tiempo el camino a la fama instantánea con un sistema algorítmico y aparentemente meritocrático de promoción global. La adopción es masiva. No hace falta saber nada ni tener nada, solo querer publicar. Cuando un joven vendedor ambulante se inmola en protesta por la humillación policial en Túnez, un puñado de activistas usan Twitter y Facebook para coordinar a cientos de miles de desconocidos alrededor de la plaza de forma casi accidental. En esta era, la red social jura derrocar a todos los gobiernos autoritarios con su varita mágica liberadora y democratizante. La cuarta era fue como la última temporada de Juego de tronos: la Khaleesi que venía a “liberar” al mundo se revela como el agente de un nuevo régimen absoluto y autoritario, más centralizado que nunca. Empieza con el Brexit, Cambridge Analytica y culmina con la victoria de Donald Trump en 2016.
Acabamos de salir de la era del castigo, que empezó con los CEO declarando circunspectos ante el comité del Senado y el tour del arrepentimiento de Mark Zuckerberg en 2018. Su cumbre son las plataformas echando a Trump por provocar el asalto al Capitolio en 2021. El puente que separa esta era y la siguiente fue Elon Musk comprando Twitter. Estamos en la sexta era, y la red social está comprometida abiertamente con la derecha orwelliana de Trump y en guerra con el periodismo de investigación. En estas circunstancias, los medios solo pueden asumir un papel: la resistencia. A diferencia de la blogosfera, esto sí es un peligro existencial.
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