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TRIBUNA
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PSOE: los límites de la democracia partidaria

Existe una enorme concentración de poder en el líder y se minimiza el papel de las corrientes de opinión y de las posiciones políticas diferentes

Pedro Sánchez presidía el 8 de septiembre la reunión del Comité Federal del PSOE, en una imagen del partido.
Pedro Sánchez presidía el 8 de septiembre la reunión del Comité Federal del PSOE, en una imagen del partido.EVA ERCOLANESE
Manuel de la Rocha

Se acaba de convocar para el mes de noviembre próximo el 41º Congreso Federal del Partido Socialista, en el que se han de abordar temas claves para el presente y el futuro de nuestro país, entre otros el avance en derechos laborales y en el derecho a la vivienda, la mejora en los servicios públicos y la profundización en el federalismo plurinacional y el encaje de Cataluña en España.

También se va a elegir por el método de primarias al secretario general del PSOE, habiéndose presentado únicamente la candidatura de Pedro Sánchez. Vaya por delante que soy firme partidario de las primarias y que vengo apoyando y apoyo al actual secretario general por la orientación básica de las políticas que viene liderando en el partido y en el Gobierno de coalición, tanto en las líneas clave en materia de derechos sociales, lucha contra el cambio climático, “normalización” de Cataluña, política de alianzas, defensa activa de la paz, como al liderazgo que en una Europa cada vez más derechizada viene ejerciendo.

Sin embargo, soy más crítico con la democracia interna en el PSOE, sus límites actuales, el riesgo de que con la forma en que se aplica el sistema de primarias haya un proceso de concentración de poder y oligarquización que en mi opinión debe ser contrarrestado. Falta debate y faltan contrapesos.

A lo largo de muchos años algunos hemos luchado por ampliar la democracia en el PSOE, reivindicando el voto individual en los Congresos, la proporcionalidad en la elección de los miembros del Congreso y Comité Federal, y promoviendo el debate interno y la mayor libertad de las corrientes de opinión. Hoy todo esto parece obvio, pero es el resultado de mucho esfuerzo colectivo. Los más veteranos aún recordarán como en los Congresos 28º y “28 y medio” (el Congreso Extraordinario de 1979), tan importantes para la historia del PSOE durante la Transición, se votaba por cabezas de delegación, de modo que el voto del cabeza de Andalucía valía el 25% del Congreso. Y que Luis Gómez Llorente, que encabezó una candidatura a Secretario General, no pudo hablar ni votarse a sí mismo a pesar de ser delegado por Madrid, por no ser cabeza de delegación.

En los años noventa muchos miembros de Izquierda Socialista defendimos la elección de la secretaria general y de la candidatura a la presidencia del Gobierno por votación de todos los militantes, como vía de ampliar la democracia interna y la participación. Yo mismo escribí un artículo en EL PAÍS el 28 de septiembre de 1995 reivindicándo las primarias cuando casi nadie las planteaba, argumentando que se trataba de “que sean llamados a votar todos los militantes socialistas”. Como se hacía y se hace hoy en la gran mayoría de partidos socialistas europeos.

Cuando hay varios candidatos o candidatas, sea a nivel federal o autonómico, las primarias son momentos de intensos debates y de movilización democrática. Pero cuando hay un único candidato (o candidata) a la secretaría general, el sistema que reivindicamos para que votaran todos los militantes se ha convertido en una vía en la que ni los militantes votan. Incluso con el sistema anterior al menos votaban los delegados al Congreso aunque hubiera un único candidato, que debía someterse al riesgo de tener pocos o muchos votos en contra. Ahora en muchos casos simplemente no se vota, nadie vota, se coopta a los líderes por simple trámite de “presentación” de su candidatura.

Además, han producido una enorme concentración del poder en el líder, a través de un proceso de legitimación que lo sitúa en un plano superior a los Congresos, sin que se generen los contrapesos necesarios y minimizando el papel de las corrientes de opinión y de las posiciones políticas diferentes.

No existen o no funcionan los contrapesos que demandaba el profesor Luis Gómez Llorente cuando señalaba que “es vital para una democracia sana frenar la tendencia a la oligarquización de las fuerzas políticas. Hay que establecer contrapesos” y evitar lo que llamaba el riesgo de “cesarismo”. En tiempos de Felipe González, el Comité Federal era un órgano de debate a fondo, pero en los últimos tiempos los grandes debates no tienen lugar allí, donde ni las corrientes ni las posiciones más críticas están presentes o en la práctica no tienen oportunidad de manifestarse, sino a lo sumo en los medios de comunicación. El método que se sigue en sus reuniones de que primero intervienen los secretarios o secretarias de las Federaciones —que, salvo momentos puntuales, no son críticos con la Comisión Ejecutiva sino todo lo contrario— hace que cuando llega el turno de los demás miembros, si llega, ya no hay interés ni debate.

Igualmente en cuanto a la relación entre partido y Gobierno. Es obvio que el partido tiene que apoyar al Gobierno, promocionar sus políticas, defenderle, pero también controlarle. Sin embargo, en la práctica ocurre lo contrario. En un reciente Comité Federal sin debate alguno se cesó a varios miembros de la Comisión Ejecutiva eligiendo a otros que en su mayoría eran ministros o ministras. En lugar de ser la dirección del partido quien controla la acción de Gobierno, es al revés: el Gobierno quien controla y dirige al partido.

El próximo Congreso tiene que ser una oportunidad para profundizar en la democracia interna, generar contrapesos y fomentar la participación.

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