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Columna
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Soy imbécil

Aunque la sociedad contemporánea haya borrado el papel de los intelectuales, es difícil no sentir escalofríos cuando se utiliza la palabra inteligencia, inteligencia estadounidense, inteligencia israelí, para preparar o legitimar el asesinato de miles y miles y miles de personas

Un niño palestino herido en un ataque israelí reacciona, mientras asiste al funeral de los familiares que murieron en el ataque, en el hospital Nasser en Khan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el pasado 10 de diciembre.
Un niño palestino herido en un ataque israelí reacciona, mientras asiste al funeral de los familiares que murieron en el ataque, en el hospital Nasser en Khan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el pasado 10 de diciembre.IBRAHEEM ABU MUSTAFA (REUTERS)

Aunque esté muy desprestigiada, las cosas más necesarias de la vida pierden sentido cuando dejan de mantener relaciones con la palabra bondad. Aunque la sociedad contemporánea haya borrado el papel de los intelectuales, porque una voz reflexiva se hunde en las urgencias multitudinarias de las redes sociales, es difícil no sentir escalofríos cuando se utiliza la palabra inteligencia, inteligencia estadounidense, inteligencia israelí, para preparar o legitimar el asesinato de miles y miles y miles de personas. La bondad no tiene buena fama desde hace muchos años, es la puta barata de las conversaciones. Antonio Machado tuvo que advertir en su Retrato que era bueno en el buen sentido de la palabra, porque se arriesgaba a ser tratado como un imbécil si defendía en público su bondad. Así están las cosas.

Para alegría de los miles de tuiteros enmascarados por la extrema derecha en las redes sociales, yo quiero declarar en público que soy un imbécil, un buen imbécil. Como catedrático de Universidad, escritor y lector de periódicos, siento un escalofrío cada vez que oigo hablar de los servicios de inteligencia que están detrás de la matanza televisada de personas en Palestina y Líbano. Se puede ser de derechas o de izquierdas, cristiano, árabe o judío, ateo o religioso, blanco, negro o mulato, hombre o mujer, con alcohol o sin alcohol…, pero uno no puede dejar de estremecerse cuando alguien, llámese Hitler o Netanyahu, se considera con el derecho planificado de asesinar a miles y miles de personas. Sin ese mínimo de bondad humana, negarse a un genocidio, no tienen sentido humano las religiones, las patrias, la política, los gobiernos nacionales o las reuniones internacionales.

Aunque sé que la palabra inteligencia alberga su mal sentido, pido en nombre de la cultura que se respete su lado bueno, que también lo tiene, y se hable con más propiedad de los servicios de barbarie de Israel.

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