Reino Unido y el señuelo neoliberal
Tras la retórica del pragmatismo y la excepcionalidad no suele haber nada bueno porque implica suspender principios como la responsabilidad o la atención a los vulnerables
“Nos hemos separado del mercado de libre comercio más grande y rico de la historia cuando estábamos en su mismo centro como parte principal. ¿Qué ha pasado con todos los beneficios del Brexit de los que oímos hablar?”. Es el lamento del expremier John Major, un político que no terminó sus estudios, pero habla con una exactitud, inteligencia y lucidez que ya quisiera para sí Boris Johnson, alumno aventajado de Oxford. Pero el periodista de la BBC le interpela de nuevo: “Bueno, quizás los beneficios aún no han llegado…”. Y el antiguo primer ministro responde: “No, mire, iba a ser miel y leche de inmediato, y no fue así. El Brexit se vendió a la nación sobre la base de cosas que ni han sucedido ni podrían haberlo hecho”.
Aquellas “miel y leche” contrastan con el mantra de Keir Starmer, el nuevo primer ministro: “Se necesitarán tiempo y sacrificios para volver a arreglar el Reino Unido”. Tal vez los electores pusieron la honestidad por encima de la ideología, pero lo cierto es que Starmer (a la sazón laborista y al que algunas encuestas dan ya una popularidad más baja que la de su predecesor, Rishi Sunak) se lo ha tomado como un cheque en blanco para implementar sorprendentes medidas para un socialdemócrata, por ejemplo recortar los beneficios energéticos a 11 millones de jubilados… justo antes del invierno. “Tendré que elegir entre calentarme y comer o endeudarme”, declara en televisión Chrissy, una antigua enfermera que ha trabajado para la sanidad pública durante 25 años. Pero ahí no acaba la cosa. En una respuesta sin precedentes, el Partido Laborista ha suspendido a siete diputados por apoyar una enmienda del Partido Nacional Escocés que pretendía eliminar el límite máximo de dos hijos para recibir las ayudas por nacimiento, impuesto por el Gobierno conservador en 2017. Además de la austeridad, al premier también parece que le gusta el tan cacareado pragmatismo, pues esa ha sido la razón por la que viajó a Italia para felicitar a Giorgia Meloni por sus esfuerzos contra la inmigración ilegal y aprender de sus nuevos enfoques, especialmente el de los vergonzosos centros de inmigrantes gestionados por Italia en Albania.
Tras la retórica del pragmatismo y la excepcionalidad no suele haber nada bueno. Que ese sea nuestro primer argumento implica que se suspenden otros principios, como la responsabilidad o la atención a las personas vulnerables. Proclamar la singularidad de un tiempo (como hace Starmer alegando la mala herencia recibida, afirmando con palabras de charol que “todo irá a peor antes de que empiece a mejorar”) siempre es un señuelo para desplazar un poco más la frontera e imponer sacrificios que son sencillamente atrocidades, como dejar sin leña en invierno a los jubilados pobres. No olvidemos que los liberales se convirtieron en neoliberales en sitios como el Reino Unido, pero lo inquietante es que los supuestos socialdemócratas también transiten dicho camino. Llevamos 20 años predicando la necesidad de imponer sacrificios en nombre de una causa (salir de la crisis, recuperar nuestro papel en el mundo y demás proclamas), pero siempre surgen contratiempos y, entonces, los gobiernos siguen con más sacrificios, animados por la idea de que el tributo ya pagado nos invita a proseguir. Y ocurre aquello de Thomas de Quincey en La rebelión de los tártaros, que a mitad de camino hay tantas razones para proseguir como para dar media vuelta. Con la pandemia, y antes, la UE al menos pareció dar media vuelta. Los británicos siguen empeñados en seguir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.