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tribuna
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El futuro de la ONU tendrá que esperar hasta noviembre

Si Trump gana las elecciones en Estados Unidos y retira su apoyo al organismo internacional, China está dispuesta a ocupar su espacio

António Guterres
El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, se dirige al Consejo de Seguridad para abordar el conflicto entre Israel y Palestina, el pasado mes de octubre en Nueva York.EDUARDO MUNOZ (EFE)

Mejorar el presente y salvaguardar el futuro. Este es el gran objetivo de la Cumbre del Futuro, convocada por la ONU, estos días en Nueva York. Sin embargo, tanto el presente como el futuro —del mundo y de la organización— parecen depender menos de un nuevo consenso multilateral y más de la elección del próximo presidente norteamericano, que no se decidirá hasta el 5 de noviembre.

Estados Unidos ha renunciado al papel de “policía del mundo” y está perdiendo el autoproclamado estatus de “nación indispensable”, pero sigue siendo el garante de un orden internacional basado en normas, creado para impedir que los pueblos se destruyan en la era nuclear. En el centro de ese orden sigue la ONU, que sintió el suelo a desmoronarse cuando Trump llegó a la Casa Blanca en 2016.

“Pensé que iban a convertir el edificio en un condominio, con una gran ‘T’ en la entrada, y que acabaríamos trabajando en tiendas de campaña al otro lado de la calle”, nos comentó un alto funcionario, en la sede de Nueva York. “Fue la relación entre Guterres y Nikki Haley, dos políticos hábiles, lo que evitó lo peor”, añadió, refiriéndose a la entonces embajadora de Estados Unidos ante la ONU.

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El choque fue tan intenso que, si Trump hubiera sido reelegido en 2020, difícilmente Guterres habría continuado —no se habría presentado a un segundo mandato—. En política, los opuestos rara vez se atraen y Trump y Guterres son como agua y aceite de oliva, imposibles de mezclar. De un lado, un empresario inmobiliario estadounidense, famoso por despedir personas en televisión; del otro, un ex primer ministro europeo y socialista, para quien despedir a alguien era un tormento. De un lado, un presidente agnóstico que quería construir muros en las fronteras; del otro, un católico que trabajó durante 10 años con refugiados. Ni siquiera los aspectos más triviales de la vida ayudaron a romper el hielo. Trump no bebe alcohol y juega al golf; Guterres disfruta de un buen vino y no practica deportes.

“En aquellos años, uno de los objetivos centrales de la ONU era no aparecer en el feed de Twitter del presidente Trump”, nos confesó otro funcionario. “Había una ansiedad constante, especialmente por las mañanas, para saber si ese sería el día en que entraríamos en su radar”.

De hecho, Trump no fue solo otro presidente republicano que dejó una mala huella en el multilateralismo. Y Guterres no fue solo otro secretario general con problemas en Washington. El nativismo de Trump atacó las bases y el funcionamiento de la ONU y, si su plataforma vuelve al poder, el futuro de la organización será inevitablemente transformado.

En primer lugar, es previsible que Trump vuelva a reducir o suspender el financiamiento de programas que considere contrarios a su agenda. El resultado sería un agujero financiero y probablemente despidos de personal, ya que Estados Unidos es el principal donante tanto del presupuesto regular de la organización como de las operaciones de paz. Sin embargo, el impacto geopolítico sería aún mayor: siempre que Estados Unidos se retira, otro actor está dispuesto a ocupar el espacio y ejercer la influencia correspondiente —China—. La alternativa al orden internacional liderado por Estados Unidos no es un orden liderado por Suecia.

El apoyo financiero y militar de Washington a Kiev también estaría en riesgo si Trump vuelve a la presidencia, amenazando la resistencia ucrania y poniendo a más capitales europeas en la línea de fuego de Rusia. Si el “líder del mundo libre” entrega Ucrania a Putin, sobre quien pesa una orden de captura internacional, la Carta de la ONU sufriría una guillotinada. Sería la consagración del primado de la fuerza y un salvoconducto para que otros países, históricamente insatisfechos con sus fronteras, pasen a la acción armada. Además, representaría una absolución de las violaciones de derechos humanos cometidas en diversas partes del mundo, desde Gaza hasta Caracas.

En el ámbito del desarrollo, sería imposible cumplir con la Agenda 2030, ya muy retrasada, sin Estados Unidos a bordo. ¿Cómo combatir la emergencia climática, una de las causas en las que Guterres más ha invertido, sin la contribución del segundo mayor contaminador del planeta? ¿Cómo erradicar el hambre sin el compromiso del mayor donante del Programa Mundial de Alimentos? ¿Y cómo actualizar esta Agenda ante los imperativos desafíos digitales, como la inteligencia artificial, sin la participación del líder tecnológico global?

La desregulación del ciberespacio forma, precisamente, uno de los “incendios globales” denunciados por Guterres. En efecto, el mundo digital se ha convertido en un campo de batalla invisible, donde los Estados se confrontan continuamente, intentando paralizar infraestructuras críticas, manipular elecciones y robar secretos industriales. A pesar de representar una amenaza para la seguridad internacional, estos ciberataques siguen fuera del alcance de las convenciones multilaterales. Sin la participación de la mayor potencia militar y de los ingenieros del caos de Silicon Valley, la ONU no logrará actuar en el universo online.

Por supuesto que una eventual victoria de Kamala Harris no traerá soluciones mágicas a la organización, ni a la parálisis del Consejo de Seguridad. La propia elección de la sucesora de Guterres es vista como una incógnita, pudiendo incluso obligar al portugués a extender su mandato más allá de 2026. Sin embargo, con el retorno del “fuego y la furia” de Trump, muchos de los obstáculos, que ya enfrenta Guterres, se volverían infranqueables. Al final, el futuro de todos se decidirá el 5 de noviembre.

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