Mujeres y memoria democrática
En Chile y en España, las ciudadanas tuvieron un papel decisivo en la resistencia y en la recuperación de las libertades, ¿por qué sus historias se han diluido en la desmemoria colectiva?
A lo largo de su libro ¿Cómo recordar la sed?, la escritora chilena Nona Fernández plantea preguntas. ¿Cómo se escribe la historia? ¿Cómo se organizan sus imágenes? ¿Dónde se ubica lo que no sabemos qué pasó? ¿Tiene silencios la historia? Escribir la historia de las mujeres en la dictadura chilena, pero también en la española, tiene que ver mucho con estas preguntas. Con los silencios en torno a su papel en la resistencia y como objeto de la represión. Con las imágenes que han sido escogidas para fabricar una historia en la que son representadas casi siempre como víctimas y pocas veces como sujetos activos. También tiene que ver con lo que no sabemos, porque la construcción de nuestras democracias no ha incluido ni el relato ni la mirada de las mujeres que las hicieron posibles.
Así como la memoria democrática de las mujeres durante el franquismo no se entiende sin las conquistas políticas y el papel que jugaron durante la II República y la guerra, la de las chilenas no comienza el 11 de septiembre de 1973 sino antes, durante el Gobierno de la Unidad Popular. Se ha escrito poco sobre esto, pero con Salvador Allende las mujeres fueron protagonistas de algunas de las medidas más revolucionarias en materia de equidad y justicia social. Muchas tomaron el control de la producción en fábricas y empresas y, gracias a su participación en el gobierno, se construyeron viviendas y policlínicos y se impulsaron políticas públicas de conciliación y de cuidados.
Estas mismas mujeres fueron las que se organizaron durante las primeras semanas de la dictadura para defender los derechos humanos y reclamar a las personas que sufrían la violencia del régimen. No es casualidad que las principales organizaciones, como la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y la de Ejecutados Políticos, hayan estado integradas únicamente por mujeres. El miedo y la represión no fue obstáculo tampoco para que se organizaran en plataformas feministas centradas en la defensa de la vida que ellas entendían en un sentido amplio: afirmaban que la dictadura no solo atentaba contra ella a través del exterminio, sino que lo hacía con un modelo económico neoliberal que provocaba hambre y pobreza.
Como sucedió en España con el Movimiento Democrático de Mujeres, que comenzó coordinando a las mujeres de los presos que luchaban por la amnistía y acabó convirtiéndose en una plataforma amplia que integraba desde católicas progresistas a militantes de la izquierda radical, las chilenas articularon espacios de confluencia con intelectuales productoras de conocimiento y activistas de los sectores populares. Su propuesta era constituirse primero como actores sociales, para sobrevivir a las condiciones materiales impuestas por la dictadura, para incidir luego en la democratización del país.
Este movimiento desembocó en prácticas de resistencia que se convirtieron en base del proceso de democratización, al punto que el primer gran acto de protesta en dictadura lo organizaron ellas. Fue el Caupolicanazo, que reunió en 1983 a 10.000 mujeres en el estadio Caupolicán y que representó la protesta contra el régimen militar más importante organizada hasta ese momento. Un hito que recuerda el papel crucial que tuvieron las asturianas en las huelgas mineras de 1962 que fue también el mayor desafío político al que se enfrentó el franquismo desde el final de la guerra.
Tal y como hicieron estas mujeres en España, las chilenas fueron capaces de hacer una lectura del paradigma de género como umbral de salida a la segregación de clases sociales. Sus consignas “Democracia en el país y en la casa” o “Si las mujeres no están, la democracia no va” revelan que anhelaban una democracia participativa, una donde la igualdad se expresara desde las relaciones humanas más básicas de la vida cotidiana hasta los derechos políticos y sociales.
Este liderazgo tuvo consecuencias sobre sus vidas y sus cuerpos porque muchas acabaron en centros de detención y tortura donde fueron violadas y vejadas a través de métodos extremos y sofisticados. Muchos de estos tormentos recuerdan a los que sufrieron las republicanas a manos del ejército franquista, como la aplicación de electricidad en los senos y violaciones frente a padres y maridos. Esta forma específica de represión, la tortura sexual, no solo ha contribuido a resaltar su papel de víctimas, invisibilizando su protagonismo en la resistencia, sino que no ha sido abordada hasta hoy con medidas de reparación que impidan que la violencia político sexual se perpetúe en democracia.
Cuando Walter Benjamin habla de pasarle a la historia el cepillo a contrapelo, hace un llamado a rescatar a las víctimas del olvido reescribiendo la historia. Visualiza las voces silenciadas abriéndose paso a través de la memoria para romper el relato hegemónico escrito por los vencedores. Estos días que se cumple un nuevo aniversario del golpe militar en Chile es necesario recordar que rescatar la memoria democrática de las mujeres de la desmemoria colectiva forma parte de este acto de justicia benjaminiano que debería ser esencial para construir una identidad colectiva como pueblos, una que esté basada en la verdad y la reparación.
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