Las lecciones sobre inmigración de los vecinos de Mora de Rubielos
La localidad turolense muestra a una Europa histérica que puede acogerse a los refugiados sin épica ni melodrama


La noticia es que no hay noticia. Nos hemos acostumbrado a tal grado de desquicie, que la normalidad, el aburrimiento, la sensatez y la cortesía más elemental sobresalen y deslumbran. En una mesa donde todos eructan, el que come con la boca cerrada y usa servilleta destaca como campeón de la virtud, un Gandhi de los buenos modales, pero en realidad no hace nada extraordinario.
Los 1.500 vecinos de Mora de Rubielos, a los pies de la Sierra de Gúdar, al sur de la provincia de Teruel, están dando un ejemplo cívico a toda una Europa histérica, y lo están haciendo sin épica, tragedia, sacrificio ni melodrama. Simplemente, viviendo su vida cotidiana, bastante tranquila en esa comarca de la España vacía. La semana pasada recibieron a 110 refugiados de Malí procedentes de Canarias, que el Gobierno de Aragón y una oenegé alojaron en un hotel del pueblo. Llevan una semana allí sin que el apocalipsis migratorio que Vox proclamaba (y deseaba) haya sucedido. Casi todos los días algún periodista le pregunta al alcalde qué tal van las cosas, y el alcalde le responde que están bien, gracias, que los refugiados unos días van en bici y otros, huelen bien, como los americanos de Amanece, que no es poco, que los jubilados siguen echando la partida de guiñote en el bar cada tarde, y que los niños entran y salen del colegio a su hora. La noticia es que no hay noticia.
Cuando se supo el traslado, los trabajadores del hotel recibieron amenazas de muerte, el teniente de alcalde dimitió y el portavoz de Vox en Aragón, Alejandro Nolasco, convocó concentraciones que parecían casi vísperas de un pogromo (llegó a decir que el presidente aragonés, su antiguo socio, al aceptar su cupo de refugiados, estaba propiciando que alguna vecina octogenaria de Zaragoza fuese asesinada a machetazos: no he visto que tamaña burrada haya tenido consecuencias ni despertase indignación alguna). Los vecinos de Mora han aguantado el hostigamiento de los ultras a pie firme, con estoicismo aragonés, y cuando los reporteros azuzaban a los abuelos que tomaban la fresca, estos respondían que también ellos fueron emigrantes, y que había que echar un capote a aquellos pobres muchachos, de la misma forma que lo recibieron ellos cuando fueron al extranjero a buscarse la vida. A los turolenses no se les puede dar lecciones de emigración: ya las aprendieron todas y ahora las imparten.
El problema de la inmigración es estrictamente humanitario. Hay que atender el desamparo de los refugiados, no los berridos de los racistas. Ojalá el ejemplo de Mora de Rubielos nos inspire y aclare las ideas.
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