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Columna
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Metamorfosis

Cuando nuestras vidas cambian constantemente, y más en los tiempos que corren, un gesto de cercanía o cariño influye más que todo el dinero del mundo

Clase de Bachillerato en un instituto de Valencia.
Clase de Bachillerato en un instituto de Valencia.Mònica Torres
David Trueba

Sucede indefectiblemente en la segunda semana de septiembre, cada año. Cientos de niños padecen ocasionalmente diversas formas de insomnio. Les cuesta dormirse, dan vueltas en la cama, algunos lloran en silencio, otros se angustian durante un rato largo hasta reencontrar la paz del sueño. Van a empezar el cole, van a volver a clase, van a cambiar de curso, van a cambiar de centro. Algunos incluso sufren porque piensan que todo va a seguir igual y no querrían que así fuera, por razones que ni siquiera se han atrevido a explicarse a sí mismos o a sus seres queridos. No sé por qué nunca se presta la suficiente atención a estas inquietudes infantiles. Por una vez podrían abrir el telediario en lugar de con el dudoso informe sobre el coste monetario de la vuelta al cole, muchas veces basado en el estímulo comercial más que en ningún elemento notable. ¿Se imaginan? Los jóvenes españoles atraviesan sus noches de angustia, diría el titular. Como muchos hemos pasado por esos desvelos, conocemos la inquietud de empezar el curso. Pero algo más importante, confiamos en la capacidad humana para la metamorfosis.

Si algo nos caracteriza es una enorme habilidad para acoplarnos a las necesidades. Nuestro cuerpo en la adolescencia se descompone dentro de sí mismo. No hay joven que no pugne por ocupar desde el interior los nuevos espacios que su anatomía le ofrece desde el exterior, a veces con una extrañeza notable. Frente al espejo se preguntan: ¿este soy yo? Pues del mismo modo también los elementos sociales nos obligan a la transformación personal. Por eso son tan importantes los acomodos amables, porque la gente se convierte en aquello que le rodea y a lo feo y hostil le corresponde un carácter feo y hostil. Por eso, incluso en las peores condiciones de vida, un gesto de cercanía o cariño tiene más influencia en el futuro que todas las cuentas corrientes del mundo. Hace poco, he leído que un pueblo de Grecia llamado Metamorfosis está obligado a mudarse de lugar porque padece las consecuencias del cambio climático. Igual que sucede en Indonesia, donde a Yakarta pretenden sustituirla por otra capital sostenible, la última tempestad volvió arrasar con toneladas de agua ese lugar de Tesalia, y sus vecinos parece que quieren encarar el futuro con mejores garantías. Resulta una metáfora afortunadísima del destino que les espera a grandes zonas de España si no afrontamos de cara el desafío climático que nos devora. Otro mal sueño tras el verano tórrido.

Cada ocasión en la que cumplimos años nos enfrentamos al futuro con la misma angustia que los chicos al primer día de clase. Nos perturban los elementos novedosos, desconocidos. También aquellos que son abiertamente hostiles, más hoy, cuando las redes sociales han fomentado una especie de cacería gratuita, donde están las tuberías virtuales llenas de matones, abusones y perdonavidas. Pero la mayor de las metamorfosis tiene que ver con nosotros mismos, con la repercusión del futuro en nuestra construcción. La máxima incertidumbre es la de no saber cómo afrontar alguno de los retos, conocedores como somos de nuestras carencias. A lo que más miedo le tenemos es a no disponer de las armas apropiadas, casi todas íntimas, basadas en la solidez personal adquirida a través del conocimiento, el carácter, la amistad, el relevo generacional. Vecinos todos de un pueblo llamado Metamorfosis, no queda otra que combinar fortaleza y flexibilidad para adentrarse en el nuevo curso. Felices sueños.

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