No he visto ‘Titanic’, con perdón
¿Qué es el canon cultural o social, si es que eso existe, y quién define la lista de las películas y de las series que deberían ser vistas para alcanzar un mínimo?
El otro día confesé en público que no he visto Titanic y la gente empezó a mirarme raro y a mirarme mal, porque hay algunas cosas que se supone que tiene que haber hecho todo el mundo o que es extraño que no haya hecho. Aprendí que ver Titanic es una de esas tareas para varias generaciones. En la vida he disfrutado de otras películas y de otras series entre las que, por cierto, no están tampoco Los Soprano, lo que hizo que la gente me mirase peor aún y me dejara caer esa frase tan halagadora que destruye: “Es imposible que tú no la hayas visto”. Ocurre siempre, que desde fuera se tiene más idea de lo que somos de verdad: los estereotipos de los demás.
No presumo de aquello que no he visto, que hay quien lo hace creyendo que así se las da de algo. Hay quien presume y no hace nada más. Yo presumiría, en todo caso, de aquello a lo que haya renunciado, pero dejar de ver Titanic o Los Soprano tuvo que ver con razones más prosaicas, sin afanes revolucionarios o contraculturales. Fue por falta de ocasión o por pereza, o que no vi el momento ni se lo he visto con el tiempo.
Eso me llevó a pensar en lo que es el canon cultural o social, si es que eso existe, y en quién define la lista de las películas y de las series que deberían ser vistas para alcanzar un mínimo. Un mínimo de algo o, al menos, mi mínimo. Me pregunto dónde está esa lista y quién la ha hecho, si yo pierdo las horas decidiendo cuál es la película que quiero ponerme o el libro que quiero empezar. Esa gente que sabe de mí y me reprocha lo que no he visto, ¿dónde está cuando no sé lo que tengo que ver?
Leí el Quijote entero a los 30 años. No me da vergüenza haber llegado tan tarde, porque quizá no era tarde: me alegra haber encontrado el momento en que lo supe disfrutar y, más que eso, en que pude disfrutarlo. Jamás presumí de no haberlo leído entero hasta que lo leí, ni alardeé luego de haberlo hecho. Tanto la espera como su lectura fueron un placer para mí solo, de esos contra los que combate Instagram.
Cabe la opción, por supuesto, de sentir vergüenza o culpa por haber fallado a nuestro canon, alimentado de expectativas ajenas y de buenas intenciones. Es un riesgo, próximo a la frustración. Aunque cabe también la opción de mantenerse, no tanto por resistencia sino por gusto: ante el lamento abrumador de las obras imprescindibles que nos hemos perdido, siempre nos quedará la certeza de que esas obras serán para nosotros lo que ya no son para nadie: placeres por estrenar.
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