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Columna
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El efecto de Elon Musk en la Amazonia

El pulso entre el multimillonario y la justicia brasileña amenaza con silenciar la mayor selva tropical del planeta

crimen en Brasil, Perú y Colombia
En una imagen del Instituto Brasileño del Medio Ambiente, agentes forestales destruyen una draga dedicada a la extracción ilegal de minerales en tierras indígenas del estado brasileño de Roraima, en la Amazonia.AP
Eliane Brum

El 30 de agosto, un magistrado del Supremo Tribunal Federal de Brasil ordenó suspender X, el antiguo Twitter convertido en el paraíso del odio de Elon Musk, por incumplir la Constitución. El lunes, la sala del Tribunal a la que le tocó juzgarla confirmó la decisión por unanimidad. Por descontado, el multimillonario presenta el caso como un épico duelo personal entre él, el héroe, y el magistrado Alexandre de Moraes, a quien llama Voldemort, el villano de la serie Harry Potter. Dotado de una sobredosis de personalismo, el juez responsable de la decisión poco ayuda a que el debate vuelva a lo que realmente es: el cumplimiento de la legislación brasileña por determinación de un funcionario cuyo nombre no debería importar. Necesitada de audiencia, gran parte de la prensa se ha embarcado en este estúpido juego de niños mimados. Mientras tanto, en la selva amazónica, sobre miles de personas que dependen de internet para comunicarse, a menudo para sobrevivir, se cierne la amenaza de quedar silenciadas.

Al castigar a X, el juez también ordenó el bloqueo de las cuentas del servicio de internet por satélite Starlink, otra empresa en la que Musk es el socio principal, para garantizar el pago de las multas impuestas a la red social por incumplir una orden judicial. Starlink, como todo en lo que mete mano Musk, llegó a Brasil con el sello de la extrema derecha, anunciada en 2022 en una reunión entre el multimillonario y el extremista Jair Bolsonaro. La justificación de Musk en aquel momento era llevar conexión a 19.000 escuelas ubicadas en zonas remotas, algo de lo que nunca más se oyó hablar.

Al año siguiente, con Lula da Silva en el poder, Starlink ya dominaba la Amazonia. Ninguna otra tecnología había sido capaz de llegar con tan buenos resultados a las regiones más alejadas de las ciudades y las antenas rápidamente pasaron a formar parte del paisaje de las aldeas indígenas, las casas de comunidades tradicionales, los quilombos (territorios de descendientes de esclavos rebelados) y los barcos que surcan los ríos. Con una velocidad aún mayor, también conectó a mineros ilegales, deforestadores y bandas del crimen organizado que se adentran cada vez más en la selva. Como en cualquier contexto, internet sirve para todos los fines y corresponde a los gobiernos y parlamentos regularlo.

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Disponer de una conexión de buena calidad ha modificado comportamientos y ha alterado hábitos de poblaciones que no estaban preparadas para un cambio de esta magnitud, una responsabilidad que no puede atribuirse (totalmente) a Musk. Pero también ha permitido que los territorios amenazados por invasores puedan vigilarse mejor, que los defensores de la selva y otros biomas logren denunciar las amenazas, que los sanitarios puedan llamarse a tiempo para salvar personas.

De repente, el 30 de agosto, la conexión se vio amenazada. Como a la selva se la escucha poco y las decisiones se toman en Brasilia, este impacto en la vida de las 215.000 personas que tienen acceso a Starlink en Brasil se trata como un posible efecto colateral.

En la Amazonia, la lucha no se libra con varitas mágicas, como en el patético meme que circula por internet y que reproduce la escena de la batalla final de la película Harry Potter y las reliquias de la muerte, ahora entre “Elon Potter” y “Alexandre Voldemort”. En la selva, la sangre es real, las muertes también. Hay que romper con este infantilismo insoportable de héroes y villanos y afrontar la complejidad de las decisiones.

Si en algún momento se suspenden los servicios de Starlink, además del bloqueo de las cuentas, entonces Elon Musk y todos los mandamases de esa empresa tendrán que responder por los impactos de silenciar la Amazonia. Es una oportunidad para pensar en la conexión a internet como lo que es: una política pública que no puede ser rehén de un individuo. Ahora mismo, en la mayor selva tropical del planeta, somos rehenes de la Starlink de Elon Musk. Cómo ha permitido el Estado que esto ocurra es la cuestión más urgente que hay que abordar.



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