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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De paso, felicidades

Cuando uno se va normalmente seremos sustituidos por el amoroso recuerdo que nos guardan los nuestros, nuestros cuerpos sustituidos por el amor que sembramos

Congratulations, by the way es el título de un discurso de graduación pronunciado por el escritor George Saunders
Congratulations, by the way es el título de un discurso de graduación pronunciado por el escritor George SaundersJORGE F. HERNÁNDEZ

Congratulations, by the way es el título de un discurso de graduación pronunciado por el escritor George Saunders ante una generación saliente de la Universidad de Siracusa en los Estados Unidos. Saunders es uno de los autores más innovadores e hipnóticos de esta era: cuentista sorprendente y por lo visto, un alma buena. El título de su brevísima ponencia puede traducirse al español como “De paso, felicidades” o “Por cierto, congratulaciones”, como quien inserta en un mensaje o abrazo el motivo esencial o pretexto del podio: felicitar a los graduados y encaminarlos a la vida allende las aulas con un espaldarazo ejemplar.

Publicado como plaquette (en papel o pantalla), así como grabación en voz del propio autor el discurso de Saunders se leyó hace ya unos años en el campus, pero fue compartido como podcast en la página de The New York Times. En pocas horas, la grabación se multiplicó más de un millón de veces… y ahora crece aún más porque la pulpa del mensaje es un elogio y contagio, exhortación o invitación a la amabilidad.

Saunders no dejó de lado el obvio deseo que los graduados universitarios aspiren al éxito profesional, que conquisten sus sueños personales y que se sientan justificadamente orgullosos de la toga, birrete y título que acaban de lograr… pero les habló del fango del egoísmo, del desprendimiento feroz que aqueja a quienes se obsesionan ya con poder o dinero; y les habló de que la vida es fugitiva e incluso muy corta, pero que cuando uno se va normalmente seremos sustituidos por el amoroso recuerdo que nos guardan los nuestros, nuestros cuerpos sustituidos por el amor que sembramos, pues como dijo un profeta de Liverpool: “El amor que recibes es equivalente al amor que entregas” o algo por el estilo.

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Oído y escuchado, leído y casi memorizado como evangelio, el ejemplo de George Saunders me ha llevado a sugerir formalmente que el iPhone 20 (o algún futuro modelo inmediato) traiga ya instaladas dos aplicaciones indispensables: el cuadrito HGWells que nos permita viajar en el tiempo con sólo rozarlo con la yema del dedo índice y el botón de corazón que ya mide ritmo cardíaco y niveles de azúcar con el upgrade mágico de medir niveles de amabilidad. Dejo para otra columna la explicación y breve tratado que ofrezco como soporte técnico para apoyar la urgente creación del cuadrito HGWells y dedico entonces estas líneas restantes a la explicación, anhelo y descripción de la medición de amabilidades.

Tanto la amabilidad que transpiremos como los instantes, momentos o motivos amables que nos concedan prójimos y próximos quedarán reflejados en la pantalla del iPhone 20 o el relojito con televisión a la Dick Tracy. Si el usuario tiene a bien abonar una sonrisa a un paseante o la muchacha entrega una limosma con sincera condescendencia, la aplicación suma como energía los puntos a favor del alma y si acaso alguien nos cede el paso o resuelve una duda sin geta o incomodidad, nuestra propia aplicación reflejará en nuestro ritmo cardíaco esos pétalos ajenos (aunque los interlocutores desaparezcan de vista).

Los Justos –hombres y mujeres- de toda edad no necesitan consultar el promedio de sus amabilidades porque ya sabemos que salvan al mundo sin saber que lo hacen al cultivar un rosal, jugar al ajedrez en silencio con un amigo supuesto rival o perderse en la prosa de Stevenson o Jorge Luis Borges… pero los pedestres comunes quizá sí necesitamos crecer la conciencia de la amabilidad que deberíamos apuntalar para cada paso del día y agradecer con la debida medida las amabilidades (cuantimás, desinteresadas) que nos regalan tantas personas anónimas.

Todo esto lo digo como primer acercamiento a la feliz despedida que se le acerca al político que preside un paisaje nada amable; hablo de la roja escenografía de los miles de muertos que se suman a su hoja de ruta, la larguísima retahíla de mentiras y contradicciones que ensucian sus muy pausados parlamentos y ese pinche afán irrefrenable no sólo por polarizar el escenario, sino insultar a quien se le diferencia. El anhelo de amabilidades también se aplica a la amanezante vuelta de otro político, otrora presidente, de piel naranja y pelo amarillo que ha fincado credo y credenciales precisamente por la infinita filiación a denostar o derretir todo instante de amabilidad. Ambos afines a la mentira, a la conciencia velada y a la risita siniestra, no son más que cúpulas del inmenso regimiento de prepotentes y plagiarios, delincuentes y chismosos, argüenderas e intrigantes, empoderadas y empeorados, inhibidores y debilitadoras que quizá con la llegada de un algortimo de amabilidades despierten una mañana intranquila con el insólito hálito de ya no estar chingando… y de ser así, por cierto y de paso: ¡Felicidades!

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