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Estar sin estar
Columna
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La Nada Sincronizada

Quise solidarizarme con los nadadores en el río Sena, pero tendría que haberme zambullido en el lodazal del río Tula y me venía mejor ponerme la pinza en las narices, mi gorrito tricolor y templar el agua de la ducha tibia

Nadadores en los Juegos Olímpicos de París 2024
Dibujo de Jorge F.Jorge F. Hernández

Olímpica coincidencia: sintonización perfecta de mis hijos que escriben por Whatsapp desde Madrid en medio de una granizada acalorada e inesperada con chubasco incluido y leo el mensaje en la Ciudad de México bajo un diluvio que parece que los tres vivimos la misma lluvia. En realidad, esta chiripada no significa nada.

(Por cierto, declaro que la palabra chiripada viene directamente del vocablo serendipity en inglés, derivado del mágico relato de los tres magos de Serendip (antiguo nombre del reino de Ceylán) que recorren sus párrafos en busca de tesoros o revelaciones que nunca hallarán, pero que por pura serendipia provocan el descubrimiento de otras sorpresas… y aprovecho para lamentar que por un rebuzno estentóreo no podré por ahora escribir mi solidaridad y dar abrazos a buenos amigos en Venezuela por la desincronización del antiguo Twitter y el propio Whatsapp provocada por manotazo de un mandril maduro.)

Dos veces a la semana el arte de la columna exige puntualidad en la entrega y prudencia en la extensión, además de cierto ingenio y honesta entrega a la prosa con prisa. Además, el arte de la columna ―dos veces a la semana― espera pulpa, trama o contenido ya de este lado del océano o del otro y por hoy, pensaba lanzarme en clavado sincronizado con un triple salto mortal, con giro al frente y glúteo al aire, al intentar clonar milimétricamente la evaporación de Carlos Puigdemont, clandestino a plena luz de Barcelona, con la desaparición y arresto del Mayo Zambada, capo de tutti capi del cártel de Sinaloa… caí de panzazo y salpicando con mucha baba la página como piscina.

Otra Nada Sincronizada fue suponer que puedo caminar con los ojos cerrados a lo largo de un buen tramo de la Avenida de los Insurgentes de la Ciudad de México e imaginar que voy andando Gran Vía abajo hasta convertir el pavimento acalorado en la calle Princesa… pero me falló la rutina (no por falta de entrenamiento) y tropecé al filo de un puesto de jugos y frutas coloridas, habiendo olvidado que los cráteres, baches y hoyancos de las banquetas del antiguo DeFe no sincronizan con las aceras lisas y milimétricamente cuadriculadas de Madriz donde no hay más zumo que el sudor oloroso y castizo de tanto paleto que estorba el paso.

Quise entonces solidarizarme con el equipo mexicano de nado sincronizado y en milimétrico ajuste trasatlántico inicié mi rutina acostumbrada en el preciso instante en que las sirenas mexicanas entraban al agua en París. Cabe mencionar que quise hacer lo mismo con los nadadores en el río Sena, pero tendría que haberme zambullido en el lodazal del río Tula y me venía mejor ponerme la pinza en las narices, mi gorrito tricolor y templar el agua de la ducha tibia para que al quedar bajo la regadera empezara a sonar majestuosamente el Huapango de Moncayo. Gracias al champú, logré dos o tres movimientos geométricos de cabeza y sigo asombrado del arco perfecto que se forma en mi pie izquierdo (aunque sea por calambre)… pero esto tampoco significa nada.

Hace dos horas fui a casa de mi mejor amigo en Coyoacán. Iba cantando un viejo rolón de R.E.M. en el coche de mi tía Lola. Al abrirme la puerta, mi amigo grande dice que no escuchó el timbre porque “estaba escuchando una canción de R.E.M.” y pasamos a la mesa de su casa para que me firmara unos papeles para un libro donde me honra ―una vez más― con su prólogo y me despido sin café ni nada que entretuviera la labor de sus propios párrafos (que interrumpí con mi visita) y porque yo mismo tenía que volver a la trinchera de este teclado para intentar dibujo y columna (como sucede dos veces por semana), pero antes de partir le comento al gigante entrañable que es mi hermano grande que mis insomnios me han devuelto a la no tan inútil obsesión por la posible conspiración en el asesinato de John F. Kennedy y mi admirado amigo me lleva a su biblioteca y allí, sobre su escritorio, estaba el libro JFK: Caso abierto de Philip Shenon… y aunque es otra nada sincronizada, agua pura de azar, todo esto sirvió para escribir estos párrafos y asegurar medalla de bronce (si no es que de plata) para los insomnios conspiracionistas donde en plena noche le veo sincronicidades y coincidencias a más de una trama detectivesca. Nada más.

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