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Tribuna
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Carles Puigdemont todavía no está amortizado

La despedida del ‘expresident’ es más un deseo que una realidad esperable; sigue siendo el líder indiscutible del espacio independentista

Partidarios de Puigdemont, durante el mitin en Barcelona el pasado 8 de agosto.
Partidarios de Puigdemont, durante el mitin en Barcelona el pasado 8 de agosto. Adrià Puig (Anadolu/Getty Images)
Estefanía Molina

Carles Puigdemont todavía no está amortizado. Por más que al Gobierno le conviniera que Junts le defenestrara —creyendo que entonces podría pactar con el partido con menos trabas— esa despedida es todavía más un deseo que una realidad esperable. Puigdemont sigue siendo el líder indiscutible del espacio independentista. Otra cosa es que el futuro de su formación no se sostenga a base de shows constantes, sino que necesite una estrategia de largo plazo en esta nueva etapa.

En esa senda de la reformulación estaba el propio Puigdemont antes de su reaparición en Barcelona el pasado 8 de agosto. El líder de Junts había basado la campaña electoral del 12 de mayo en recuperar varias consignas de la vieja Convergencia. Habló de impuestos, de cultura del esfuerzo, e incluso, fichó a perfiles como la empresaria Anna Navarro para apuntalar el giro business friendly, poniendo la mirada en la Cataluña del futuro, la digitalización y la tecnología. Es más, Puigdemont dejó caer en varios mítines el mal estado de ciertas infraestructuras catalanas o la baja ejecución de las inversiones, casi insinuando que por ahí podía quizás Junts pactar los presupuestos con Pedro Sánchez. Pero todo ello pareció esfumarse cuando montó su performance veraniega. El mantra de un “president legítim” abandonado por la traidora ERC volvió a abrirse paso haciendo saltar las alarmas sobre el problemático papel de Junts en la gobernabilidad de Sánchez.

Junts tiene hoy dos almas: legitimismo frente a pragmatismo. Basta observar que el personalismo máximo de su líder es el emblema del partido, pero este está formado de una potente base de alcaldes, quienes permitieron salvar los muebles en las municipales del 28 de mayo de 2023. Esos cuadros están preocupados por gestionar y son referentes en sus respectivos feudos, aunque no sean tan mediáticos. Ahora bien, es raro encontrar hoy en día un núcleo crítico fuerte contra Puigdemont, asumido que el PDeCAT —lo más parecido al alma “sensata” que surgió del espacio post-Convergente— se extinguió electoralmente y muchos se pasaron a Junts sin problemas porque les daba mayor rédito

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Las dos almas no son en absoluto incompatibles entre ellas, ni estancas, sino complementarias. Si no fuera por el misticismo que aún rodea a Puigdemont, poco diferenciaría hoy a Junts de ERC. Ambos han pactado sus salvaciones judiciales con el PSOE, vía indultos y amnistía; ambos han participado de la gobernabilidad enterrando el referéndum. La diferencia clave es que Puigdemont todavía sigue dando a los suyos giros de consumo interno, una especie de halo romántico que algunos creen ver en el “vacile” o la “resistencia” contra España: hoy poner contra las cuerdas al Gobierno, mañana, a las fuerzas del Estado. Y esa pulsión antisistema, más moral que de facto, es compatible con el hecho de que muchos independentistas sepan también que, tras las acrobacias, hoy el movimiento sigue sin tener un proyecto realizable, asumido el fracaso de 2017.

En consecuencia, raramente Puigdemont será defenestrado por los suyos porque aporta relato. Es decir, un imaginario colectivo para mantener viva la llama de la ilusión por el Estado propio. Hay que entender que Cataluña no puede volver a la normalidad plena de 2009 porque diez años de procés no pasan en vano. Por tanto, el nuevo tablero catalán será lo más parecido a los años 90, con el regreso del Tripartit encubierto de Salvador Illa, y con un Junts que aspire a recuperar la hegemonía de Convergència. Ahora bien, habrá un matiz de conceptos o significantes. Lo que su momento fue entendido como nacionalismo hoy pasa a llamarse independentismo: exigen cuestiones relativas a la lengua, o al autogobierno, como el nacionalismo noventero, pero se dicen a sí mismos independentistas, porque hay un 2017 en el pasado reciente. Es decir, que será un independentismo folclórico, con sus mitos —el 1 de octubre, el 8 de agosto— aunque de ejecución autonomista, como es evidente en el caso de ERC.

Por eso, a Junts le toca valorar en su congreso de otoño qué hacer ante la etapa del Govern de Salvador Illa. Debe elegir si volverse irrelevante mediante una oposición descarnada en el Parlament y en el Congreso; o bien, si centrarse en subir cada apuesta que haga ERC en sus negociaciones con el PSOE (como la financiación) para desgastarles; o tal vez, centrarse en cesiones para sus alcaldes. Pero un giro sí ha empezado a dar Junts en sus avisos a Sánchez: mientras la amnistía no le sea aplicada a su líder, más difícil será dar una gobernabilidad sólida a España.

Con todo, el desenlace se podría ir acercando. La medida de gracia puede llegar a ser efectiva tal vez en menos de un año si Puigdemont solicitara amparo al Tribunal Constitucional y este enmendara la plana al Tribunal Supremo. Y ahí se verá si el líder de Junts sigue al frente de la formación o se vuelve una especie de guía espiritual o coach de su espacio. Es la paradoja del futuro: suele parecerse demasiado al pasado; rima, pero tampoco puede repetirse del mismo modo porque aunque las personas se resistan, las circunstancias cambian.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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