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Columna
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Una extraña página en blanco

Vistos los giros de guion en Estados Unidos, cualquier pronóstico es arriesgado, pero renace la esperanza

Asistentes a un mitin de Kamala Harris en West Allis (Wisconsin, EE UU).
Asistentes a un mitin de Kamala Harris en West Allis (Wisconsin, EE UU).Kevin Mohatt (REUTERS)
Lluís Bassets

De pronto, se ha borrado la pantalla. Nada vale del guion utilizado hasta ahora por ambos partidos. La edad de quien ha sido el candidato demócrata y sus achaques ya no cuentan. Cuentan las del republicano, solo tres años más joven, condenado por 34 delitos, admirado por sus incondicionales, primero como superhéroe del acoso, la mentira y el insulto y ahora de la supervivencia, la inmunidad concedida por los jueces y la protección de la Providencia.

No sabe todavía Trump a lo que debe enfrentarse. Ante una risueña mujer, 20 años más joven, y de ascendencia india y caribeña, el sombrío apóstol del odio, profeta del apocalipsis americano y delincuente convicto deberá buscar nuevas armas. De momento los demócratas se arremolinan y entusiasman alrededor de Kamala Harris. Por temor a Trump, naturalmente. El miedo es la almendra del trumpismo. Así ha ganado las primarias republicanas en tres ocasiones y conseguido con su profecía apocalíptica colocar el apocalipsis en el centro de su programa y así puede reactivar el voto demócrata hasta morder el polvo.

Trump habla el lenguaje del miedo, pero también lo sufre. Como a todos los magnates populistas con vocación política desde tiempos de Silvio Berlusconi, fundador de esta lamentable estirpe política, hay un momento en que la alternativa al poder es la cárcel. Todo lo que ha hecho Trump desde que perdió las elecciones se dirigía a evitarla y ahora necesita otra vez la varita mágica presidencial, de poderes reforzados por el Tribunal Supremo, para liberarse de todos sus casos judiciales. Como en la sala de un tribunal, la experimentada fiscal que tiene en frente no le dejará pasar ni una.

La página está por escribir. Vistos los giros de guion, cualquier pronóstico es arriesgado. Es extraña y además peligrosa. Lo son todas las transiciones presidenciales, intervalo propicio para que lo aprovechen los enemigos exteriores. Con Trump, el peligro también es interno: su doctrina requiere no reconocer jamás una derrota y denunciar como un robo y un fraude cualquier victoria ajena. Serán extraños los tres meses que quedan hasta la jornada electoral del 5 de noviembre, los seis meses hasta la toma de posesión del 20 de enero y quizás los meses que sigan si Harris vence y Trump se niega a reconocer el resultado, como es de prever.

Joe Biden seguirá al cargo, pato cojo sin márgenes de acción y con la explosiva carpeta de la política exterior en mitad de la mesa presidencial. Por un lado, marcha la campaña electoral, y por el otro, las dos guerras de Ucrania y de Gaza, y la tensión creciente en el Mar de la China Meridional, donde amenazan las escaladas bélicas que el presidente debe evitar. Hoy, con la cuarta visita de Netanyahu al Congreso, donde no le recibirá Kamala Harris, se escenificará la primera y espinosa interferencia entre ambos caminos.

El horizonte se ha abierto de pronto. Permanecen los negros nubarrones. Nada está escrito. Pero renace la esperanza.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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