Mediterráneo moral
En esta derechita meridional hay memes futboleros, cosquillas de hermandad ibérica y grecolatina y fotos de templos
La expresión “Mediterráneo moral”, aun propia a la jerga de internet, ha clavado estos días cierto sentimiento al recordar los países vencedores de la Eurocopa en este siglo: Grecia en 2004, España en 2008 y 2012, Portugal en 2016, Italia en 2020, España en 2024. Es fácil intuir su significado porque es brillante en su autodefinición: en un mundo desquiciado, existe orgullo y salvación en nuestro superior estilo de vida, las siestas, el aceite de oliva y las sobremesas infinitas y tranquilas. Imposible estar en contra, porque como le dijo una vez Rafael Azcona a Manuel Vicent, la cotidianeidad es la esencia de la vida y no solo costumbrismo. La aguja gira ahora desde las filosofías estoicas hacia un epicureísmo sencillo, de la meritocracia laboral al placer de una comida de domingo bajo la higuera con familia y amigos, y más nos vale que así sea: el futuro del sistema económico no es optimista y los jóvenes no son felices. Pero volviendo a la idea del “Mediterráneo moral”, en su facilidad intuitiva, en ese núcleo de verdad íntima y eterna, se encuentra también su peligro.
El término lo acuñó en X en 2020 Nacho Raggio. Malagueño, en la treintena, licenciado en Publicidad, explicó a Joan Tubau en el podcast Kapital que proviene de su propia búsqueda ideológica. Tras abandonar el pensamiento de izquierdas de su juventud, tampoco se acabó de identificar con el liberalismo o el conservadurismo: “Entonces recogí una identidad del suelo que nadie reclamaba. En un clima de anglofilia absoluto yo reclamo lo mediterráneo”. Está basado en “la cultura griega, las leyes romanas, la ética judeocristiana”, e incluye a España, Portugal, Italia y Grecia, pero no a Francia o a los países al sur o al este del mar común. El “Mediterráneo moral”, con su significado a la vez obvio y escurridizo, y su origen digital y joven, tiene más que ver con la alt-right que con la derecha tradicional. Raggio explicó la diferencia a la Revista Centinela: si bien los conservadores pretenden mantener el pasado, los reaccionarios como él “defienden lo eterno, lo fijo, lo inmutable”.
En esta derechita mediterránea hay memes futboleros, cosquillas de hermandad ibérica y grecolatina y fotos de templos; están el humor, la provocación y la anti literalidad propios de quienes vivimos en internet; se fantasea con un mundo ficticio más sencillo para algunos, porque en él no se aspira a la igualdad entre hombres y mujeres, y tampoco existen la diversidad sexual y de género o la inmigración. Entiendo la seducción, amplificada por los algoritmos, que pueden sentir los hombres jóvenes —uno de cada tres pudo haber votado a la extrema derecha en las últimas elecciones europeas. Pero este coqueteo, al ponerse serio, puede acabar reformulando otra idea europea muy vieja, el fascismo.
Cuando una parte del espectro político se adueña de un topónimo se crea un conflicto que puede durar décadas: ya le pasó a la izquierda con la palabra “España”, y no debería ocurrir lo mismo con “Mediterráneo”. Y mira que estaba sentimentalmente cerca de posiciones comunes, aunque —volviendo a citar a Vicent— esto del Mediterráneo no exista y sea una fantasía romántica. “Con un dátil por alimentación / con un dátil yo inventé la democracia / con un dátil yo te gano el maratón”, cantaban las Vainica Doble en la Transición, y al volver a escucharlas, eso de “déjame que descanse un rato al sol, déjame vivir con alegría, si he pescado bastante para hoy, mañana será otro día”, suena mejor que nunca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.