Manera de envejecer
En la escalera de bajada que conduce al embarcadero de Caronte hacia el Hades no se avanza por peldaños sino por rellanos
A una edad se empieza a envejecer en el rostro de los demás, en la cara que pone ese amigo con el que no te habías visto desde hace algunos años. Al producirse ese encuentro te dirá: estás más gordo o más delgado, como si fuera un hombre báscula; a continuación analizará tu aspecto general y puede que añada que estás igual que siempre, que por ti no pasa el tiempo, que has hecho un pacto con el diablo. Estas expresiones no son más que lisonjas formales. Lo peor es que al verte después de unos años ese amigo guarde silencio. En este caso ten por seguro que luego comentará con alguien: he visto a fulano y la verdad es que ha dado tal bajón que si lo ves no lo vas a reconocer. En la escalera de bajada que conduce al embarcadero de Caronte hacia el Hades no se envejece por peldaños sino por rellanos. Pueden pasar varios años, incluso una década, y el espejo te devuelve la misma imagen, apenas notas diferencia en las erosiones que la vida imprime en tu rostro, pero un buen día se produce un derribo. Resulta que tu imagen se ha instalado de golpe en el rellano inferior, 10 peldaños más abajo, para permanecer allí inalterable durante algunos años más. En cada rellano de bajada cambian también las formas de vivir. Se da por supuesto que mientras ese amigo te escruta el rostro también tú analizas el suyo. Esta prospección mutua es como un combate entre dos espejos deteriorados. Unos envejecen mejor que otros, según vengan de fábrica o según el distinto rigor con que los haya tratado la vida, pero tengo la convicción de que a partir de cierta edad uno ya no cumple más años, solo cumple salud o enfermedad, optimismo o derrotismo, proyectos todavía o cabreo, sueños o deserciones. Son los demás quienes te hacen viejo. Es cierto que el postre es lo más dulce y en las sobremesas siempre se guarda para el final. En este sentido corres el peligro de que te conviertan en el flan de la casa. Niégate. De lo contrario dispón ya la cerviz para el descabello.
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