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Columna
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La democracia se salva en Rocafonda

Los servicios públicos preservan una convivencia amenazada por el agujero de la pobreza

Mustafa Elhamid, vecino del barrio, fotografiado este miércoles a las puertas de su local en el barrio de Rocafonda en Mataró (Barcelona).
Mustafa Elhamid, vecino del barrio, fotografiado este miércoles a las puertas de su local en el barrio de Rocafonda en Mataró (Barcelona).Gianluca Battista
Jordi Amat

El primer frente de batalla en el que la política salva la democracia es en el centro de atención primaria de Rocafonda, el barrio con el código postal 08304. Este mes, por ejemplo. La ampliación ha sido posible gracias a unos terrenos que cedió el ayuntamiento. Los nuevos 800 metros cuadrados han permitido pasar de 17 a 28 consultas e incorporar al equipo de trabajo nuevos profesionales para intentar dar respuesta a problemas de salud que retroalimentan la dinámica de la desigualdad: no solo un referente de bienestar emocional, también profesionales de nutrición, fisioterapia e higiene dental. Un año de obras. Han costado 2,05 millones de euros. ¿De dónde han salido? Las obras las ha financiado el Institut Català de Salut con los fondos REACT creados por la Unión Europea para reparar los daños sociales y económicos causados por la pandemia. Porque es en zonas como aquellas donde la covid más deshilachó el tejido social. Aquel que necesita de lo público para preservar la convivencia amenazada por el agujero de la pobreza.

En su día la inauguración de aquel centro lo cambió todo. Fue antes de la crisis. El anterior estaba en un edificio del desarrollismo, en una calle empinada, y el acceso se había complicado para los jubilados, los vecinos que dieron forma al barrio cuando llegaron a esos terrenos agrícolas en la década de los sesenta y los bloques se levantaban sin planificación alguna. De las transiciones que se produjeron durante la Transición pocas tuvieron un impacto tan transformador como la que se produjo en barrios pobres como este. El mérito fue de las protestas impulsadas por las asociaciones de vecinos y de la eficiencia gestora de los primeros ayuntamientos democráticos. Tampoco era tan fácil para las instituciones intervenir ante una realidad urbanística que no respondía a plan alguno. Lo contó esta semana Manuel Mas Estela, alcalde durante años de Mataró. Para empezar, por ejemplo, el nuevo consistorio compró una finca en Rocafonda y ese espacio serviría para ubicar los servicios comunitarios.

Pero han pasado los años, la realidad es otra y, fuera de la atención informativa, el barrio se ha ido consolidando en todos los rankings de pobreza. Sobre esa angustia percute la carroña de la extrema derecha, que describió Rocafonda como un estercolero multicultural. Sobre esa vivencia de no futuro, de la que escribió con dignidad la activista Elena Ponce, puede actuar la política para reconstruir comunidad a través del orgullo de pertenencia, el que cataliza un chaval como Lamine Yamal.

La última Eurocopa la vio con sus colegas en un centro comercial. Cuando lo escuchó mi amigo Pablo Muñoz, que creció allí, se emocionó. “Rocafonda, ese gol de Yamal, ustedes NO lo entienden o quizás sí pero UN POCO”. Escribo a Pablo. Me responde con uno de sus audios de cinco minutos. Me explica que todo empezó a cambiar con la inauguración del centro de atención primaria y que, después de la crisis económica, la otra gran intervención pública fue la construcción de una biblioteca de proximidad en un edificio que había sido una antigua fábrica, donde en su día se conocieron sus padres. Allí él se sacó allí la carrera de filosofía y los chavales tienen un lugar confortable para estudiar. Hace relativamente poco se peatonalizó la zona alrededor de la biblioteca y eso logró que el barrio, como espacio compartido, volviese a ser agradable. Cuando en 1984 se inauguró la escultura Deessa de Rocafonda en una plaza, hubo protestas por el aumento de la contribución. El alcalde convenció a los vecinos que su futuro pasaba por los impuestos. Y así, día a día, se da la batalla que salva la democracia.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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