Biden y el rey desnudo
El engaño continuado practicado por Trump, y adoptado como mal menor desde sus antípodas ideológicas, perjudica nuestras capacidades cognitivas: nos hace insensibles a la contradicción, inmunes a la duda
Una de las imágenes que más circularon por las redes durante la cumbre del G-7 fue esa instantánea de Joe Biden saludando a un Papa en silla de ruedas juntando su frente contra la suya. Era inevitable que aquella escena íntima con dos ancianos en la reunión de los hombres más poderosos del planeta se convirtiera en carne de meme para ilustrar una verdad ineludible: ¿A quién puede representar esta gerontocracia que aparentemente domina el mundo? ¿Cómo pueden conectar con nadie que esté ya cansado o resentido? ¿Qué mensaje se da a los jóvenes sobre el valor de la representatividad y la política democrática? Los memes mostraban otra verdad incómoda: las malditas redes, al menos por una vez, transmitían mejor la realidad que todos los periódicos o televisiones del mundo.
Y ha vuelto a suceder. La desinhibición y espontaneidad de las redes han sido más eficaces a la hora de captar el verdadero estado de Biden. Mientras nos advertían de que un ejército de bots manipulaba las imágenes con fakes que debilitaban al anciano presidente, su entorno más cercano guardaba silencio sobre su verdadero estado, aunque fuese evidente para quien quisiese mirar. ¿Es esto una mentira que ha mutado en simulacro estructural? ¿Un autoengaño? Donald Trump mintió descaradamente mientras los periodistas que moderaban el debate guardaban silencio y Biden se mostraba ausente. Cada vez nos cuesta más reconocer la mendacidad política, pues el engaño continuado practicado por Trump, y adoptado como mal menor desde sus antípodas ideológicas, perjudica nuestras capacidades cognitivas: nos hace insensibles a la contradicción, inmunes a la duda. Por eso la mentira da siempre más poder al poderoso. ¿Pero qué hay del otro simulacro, el del Partido Demócrata sobre Biden? Sin duda la realidad es demasiado inmensa para ser cubierta en su totalidad por una mentira, y quizás por eso sentimos pánico durante el debate, porque la vimos con toda claridad: el rey está desnudo. Es como si los asesores de Roosevelt negasen que iba en silla de ruedas. Por lo visto, pensaron de forma paternalista que, como con el presidente Bartlet de The West Wing, su verdadero estado físico podría imposibilitar su ascenso al poder.
Y, sin embargo, no es un detalle menor que el choque con la realidad se produjera en un plató de la CNN. Para que una democracia funcione es fundamental la confianza hacia el papel de sus guardianes. Pero los partidos políticos también lo son. ¿Por qué los demócratas han cerrado filas a sabiendas de que Biden no era el candidato para confrontar con Trump? ¿Por qué se ha marginado durante cuatro años a Kamala Harris? ¿Qué más verdades prohibidas se nos ocultan? Aunque, en realidad, todos somos un poco responsables. El cierre ideológico del pensamiento crítico nos lleva al autoengaño. Quizás nos esté sucediendo con Ucrania, con el ascenso de Asia o incluso con la posición objetiva de Occidente en el mundo. Al igual que los trumpistas, los simpatizantes de Biden también presentamos características de un movimiento que niega la realidad. Y aun así, es necesario subrayar la diferencia: mientras Biden respeta que existe una verdad, Trump jamás reconocerá que miente o ha cometido un error. Su envanecimiento le lleva a pensar que puede escapar de la realidad: es la técnica del autócrata. Pero quizás la lección más importante del debate fue que las cosas no se cambian mirando hacia otro lado: el poder político pertenece siempre a quien se hace responsable de asumirlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.