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Un Trump moderado en las formas y con un discurso lleno de falsedades

El candidato republicano sale airoso de su histórico cara a cara con Biden

Donald Trump
Donald Trump, durante el primer debate electoral de 2024.Brian Snyder (REUTERS)
Iker Seisdedos

El acierto de Donald Trump fue no ser del todo Donald Trump durante los 90 minutos que duró su cara a cara en Atlanta con Joe Biden, para quien, entre lapsus y muestras constantes de estar como perdido, sobre todo al principio del debate, esa hora y media debió de parecerle una eternidad.

El candidato republicano se empleó a fondo en su receta habitual de exageraciones, medias verdades y mentiras completas mientras los equipos de verificadores de los grandes medios estadounidenses (fact checkers) corrían con la lengua fuera tras sus palabras. Pero al menos lo hizo con la lección del pasado aprendida: no perdió los papeles con interrupciones e insultos, y, cosa rara en él, atendió a los consejos de sus asesores, que, en privado y en público, le habían recomendado en los últimos días que lo mejor sería mirarse en el espejo de Ronald Reagan, al que citó un par de veces, y mantener la calma.

No fue un cuento tanto sobre sus fortalezas como sobre las debilidades de su rival, que estaba medio ronco, perdió a veces el hilo y no lució la energía mostrada en su última gran comparecencia pública extensa: el discurso sobre el Estado de la Unión de febrero pasado. La puesta en escena de la retransmisión televisiva no ayudó al presidente: una poco halagadora pantalla partida lo enfocaba todo el rato y sus gestos ahondaban en una imagen de desamparo mientras Trump hablaba. Cuando fue el revés, al republicano se lo veía tranquilo, o alternando su repertorio conocido de muecas burlonas.

Trump atacó sin parar a Biden, dijo que no pasaría una prueba sobre sus aptitudes físicas y cognitivas, lo llamó “palestino”, entendido el gentilicio como un insulto, lo calificó como “el hombre más mentiroso de la historia”, y le lanzó dardos a través sobre su hijo, Hunter Biden. A ambos los llamó “criminales”, pese a que él mismo acaba de ser condenado por 34 delitos graves en un caso relacionado con el pago en negro a la actriz porno Stormy Daniels para comprar su silencio sobre una relación que él niega. Y sigue negando. Cuando Biden le afeó durante el debate que aquel encuentro sexual sucediera mientras la esposa del magnate, Melania Trump, “estaba embarazada”, el aludido dijo que Biden estaba mintiendo, una acusación que le lanzó cuando el presidente sacó a relucir una declaración en la que, según The Atlantic, su rival llamó “perdedores y pringados” a los veteranos.

Formato poco dinámico

El formato del debate (bloques temáticos, tiempos ceñidos, contrarréplicas cronometradas) logró lo que perseguía: que ambos tuvieran su espacio para desarrollar los argumentos. Pero el precio que se pagó fue alto en términos de dinamismo televisivo. Los moderadores fueron tan respetuosos que no rebatieron ninguno de los mensajes, aunque sobre todo en el caso de Trump ―pero no solo, Biden también faltó a la verdad― estuvieran preñados de falsedades.

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A lo máximo que llegaron es a pedir al republicano una y otra vez que respondiera a lo que le habían preguntado. La mayor parte de las veces, sin mucho éxito. Trump escurrió el bulto al hablar de las píldoras abortivas, consciente de que el tema de la libertad y la salud reproductiva de las mujeres podría jugar en su contra en las urnas en noviembre.

La cuestión de si aceptará el resultado que salga de ellas la escuchó tres veces. “Absolutamente, si las elecciones son justas”, dijo al final. Y una y otra vez se saltó el diseño temático del debate para regresar a los temas que más le convenían, y a lanzar sus mensajes de siempre, aunque suavizados, que en la noche del jueves pudieron resumirse en una frase que repitió sin cesar: “Biden está destruyendo Estados Unidos”. Tal vez su golpe más dañino llegó cuando el presidente se hizo un lío durante una respuesta sobre inmigración, y su rival soltó: “Realmente no sé lo que dijo al final de esa frase. Creo que ni él sabe lo que dice”.

Situado en el atril de la izquierda, el que le tocó por sorteo, y a poco menos de tres metros del hombre al que tal vez solo le une desde hace años una inoxidable relación de odio, se lo vio menos airado e impaciente que de costumbre. Contra todo pronóstico, el hecho de no contar con la ayuda de un teleprompter, ni siquiera de unos apuntes, no lo lanzó en un veloz eslalon sin frenos por su retórica, una improvisada pista llena de vueltas, giros inesperados y oscuros recovecos.

La primera incógnita sobre los términos del encuentro entre ambos se resolvió enseguida en una noche histórica: nunca dos presidentes con un pasado que defender en la Casa Blanca se habían visto las caras en un debate electoral (con el añadido de que uno de ellos acudía también con otra clase de historial: el penal). Tampoco lo habían hecho tan pronto, a algo más de cuatro meses de la cita con las urnas, y no, como solía ser costumbre, cuando faltaban unas pocas semanas. Y no, no se dieron la mano.

Los días anteriores al debate se había ido en las tertulias de la televisión por cable deshojando la margarita de si lo harían o no. A Trump, decían los analistas, tal vez le habría convenido, por dejar patente el contraste físico entre un hombre corpulento de 78 años y el aspecto desmejorado de un presidente de 81. Pero ni por mantener las formas ante centenares de millones de telespectadores cedieron a una breve demostración de cortesía.

A los pocos minutos, Trump ya aparentaba tener la situación más controlada que Biden, y entre los estrategas demócratas empezaron a circular los primeros lamentos sobre la actuación al presidente: “Está siendo insoportable de ver”.

Mientras tanto, Donald Trump seguía a lo suyo: no siendo del todo Donald Trump.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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