Sucedió una noche en el Prado
Cuando el museo cierra sus puertas, los personajes salen de los cuadros, se saludan unos a otros y hablan de sus cosas
El museo del Prado abre sus puertas cada mañana, los visitantes disueltos por las distintas salas observan que las figuras de los cuadros lógicamente guardan la misma compostura, tal como las creó su autor. Así han permanecido inmóviles los personajes durante cientos de años. A una determinada hora, el museo cierra sus puertas y después de apagar las luces y puestas las alarmas, uno tras de otro, desde el director hasta el último vigilante, desaparecen. Se puede imaginar que hay noches en que los personajes se desprenden de los cuadros, pasean por las salas, se saludan unos a otros y hablan de sus cosas. El conde-duque de Olivares se apea del caballo y libera de sus clavos al Cristo de Velázquez, le ayuda a bajar de la cruz y ambos aprovechan el asueto para estirar las piernas. El caballero de la mano en el pecho, aunque después de tanto tiempo la siente anquilosada, con esa mano se fija una vez más la golilla. La infanta Margarita salta del cuadro de las meninas y manda a la enana Mari Bárbola que lleve al perro a hacer pis, mientras Felipe IV y Mariana de Austria, salen del cuadro y le piden a Velázquez que les explique el truco de pintar a través con un juego de espejos. Por una sala se ve pasar a la pareja de Adán y Eva, de Durero, sin las hojas de manzano con que se cubrían el pubis. “¿Cómo es que tenéis ombligo si no habéis nacido de madre?”, les pregunta el bufón Calabacillas, que lleva en la mano la paloma de la Anunciación de Fra Angélico, cazada al vuelo. Entre las figuras del Prado también hay clases, según la fama del artista que las ha creado. A los personajes que son falsos o mal atribuidos nadie les dirige la palabra. La maja de Goya siempre acaba siendo la reina de la noche en medio de la juerga que se montan los titiriteros y saltimbanquis del jardín de las delicias. Al clarear el día, cada figura vuelve a su cuadro y adopta la compostura respectiva. El museo abre las puertas y los visitantes entran sin imaginar lo que allí ha sucedido.
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