Macron en la ciudadela
Mientras el mundo libre contempla comiendo palomitas la descomposición de la derecha, el presidente francés ha tenido la ocurrencia de disolver para aclarar el panorama
Disolver para clarificar. He aquí una de las máximas de nuestro tiempo. Vivimos en el eterno retorno del bloqueo, un bucle provocado por los dirigentes políticos, que delegan en la ciudadanía la responsabilidad de romper la baraja. Quieren que hagamos su trabajo. Y después nos colocan como espectadores de sus dramatizaciones exageradas para que contemplemos una escena que transcurre entre el bloqueo y la aceleración. Todo sucede muy deprisa, siempre al borde del abismo: liderazgos que nacen y se agotan en un suspiro, anuncios inesperados, golpes de efecto, intrigas, rupturas, recomposiciones… para quedarnos en el mismo sitio.
Lo hizo Pedro Sánchez el año pasado y en marzo Pere Aragonès. Lo ha hecho el premier británico, Rishi Sunak, para finiquitar su agónico mandato en otro desfile acelerado e interminable de efímeros ocupantes de Downing Street. Feijóo vuelve a pedir elecciones (¡sálvese quién pueda!) y ahora las convoca Macron. Convertir la política en una alienante y acelerada sucesión de acontecimientos para evitar que el sistema colapse es una forma de provocar esa “estabilidad dinámica” de la que habla el sociólogo alemán Hartmut Rosa. Parte de la alienación consiste en perder nuestra propia voz y el juicio sobre lo que ocurre, y en la dificultad cada vez mayor de tomar distancia para valorar los hechos. La aceleración hace que nuestra mente deje de moverse.
Miren a Macron, el maestro de la dramatización. Mientras el mundo libre contempla comiendo palomitas la descomposición de la derecha (algo no exclusivo de Francia) el président ha tenido la ocurrencia de disolver para aclarar. Esto también sucede con más frecuencia: la decisión de un líder abrumado que ha perdido el control de la situación e imprevisiblemente tocado, la racionalizamos como parte de una estrategia brillante. Algunos le describen como un jugador de póquer, con esa absurda épica deportiva que tanto nos gusta. Por supuesto, el líder construye su propia narrativa, con un sentido que repite una y otra vez para encajarla en la realidad. Por ejemplo, para Macron “aclarar” es desenmascarar a los extremos.
Es enternecedor verle repetir como un papagayo la misma idea: el centro c’est moi y aquí estoy, asediado en la ciudadela por los radicales. Como si ignorásemos que su sueño húmedo es volver a la imagen eterna del Napoleón solitario, combatiente de una guerra electoral contra Le Pen que describe como “una batalla de valores”. Pero resulta que socialistas, insumisos, verdes y comunistas han firmado un acuerdo donde se habla de apoyo incondicional a Ucrania y Palestina y condenan “las masacres terroristas de Hamás”. Hablan de derogar la reforma de las pensiones y volcarse con la integración europea. Un pacto así, bendecido por el expresidente François Hollande y por el cabeza de lista de las europeas, el socialista Raphaël Glucksmann, no puede mandarse al otro extremo del tablero político solo para situarte tú holgadamente en el centro. Tras los resultados de las europeas, la izquierda se ha unido para pactar bajo la batuta socialista mientras las derechas se radicalizan. Al contrario de la cantinela que vende Macron, Francia no es un centro asediado por los extremos. Y cuidado con las plataformas líquidas, aunque puedan hacerte presidente. Como ha dicho el comentarista francés Abel Mestre, a lo mejor la aclaración solicitada por Macron es una bomba a punto de estallar, y se lleva por delante al presidente y a su bando político, sea este el que sea.
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