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Cooperación internacional
Tribuna
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Por qué la cooperación internacional importa

El espacio iberoamericano es naturalmente diverso y heterogéneo. Pero la evidencia muestra cada vez mejor cuáles son las prácticas, políticas e intervenciones que puede tener un impacto positivo

Mariano Jabonero, secretario general de la OEI, el 26 de abril en Madrid (España).
Mariano Jabonero, secretario general de la OEI, el 26 de abril en Madrid (España).Marta Fernandez Jara (Getty Images)

El otorgamiento del Premio Princesa de Asturias 2024 a la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) sucede en un momento particularmente complejo para la región en tres aspectos centrales: la urgente necesidad de mejorar la calidad educativa como condición indispensable para elevar el crecimiento y la productividad de las economías; la necesidad de ir más allá de los lugares comunes y las recomendaciones canónicas a la hora de generar conocimiento en un mundo vertiginoso, convulso y cambiante, y comprender el sentido estratégico de la cooperación internacional, por la cual la OEI ha recibido este galardón, como mecanismo de cohesión entre países diversos que, sin embargo, están unidos por valores e intereses comunes.

El trabajo que la OEI ha desarrollado a lo largo de más de siete décadas ha acompañado e impulsado la evolución de la Iberoamérica de habla española y portuguesa en términos que pocos habrían podido anticipar entonces. En 1949, el mundo venía saliendo de la Segunda Guerra Mundial; surge el sistema bipolar sostenido en dos grandes potencias; nace la República Popular China; empiezan los diálogos iniciales que dos años más tarde darían origen a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y mucho después a la Unión Europea; América Latina apenas empezaba a atisbar un destino propio, en medio de una variada transición entre arquitecturas políticas, económicas y urbanas que no acababan de morir y otras que no acababan de nacer, y tenía sistemas educativos que, quizá con la excepción de Argentina y Uruguay, lentamente iniciaban su construcción. Ese es el año fascinante e incierto en que se funda la OEI, primero como una agencia internacional de Educación Iberoamericana y poco después ya como un organismo intergubernamental de cooperación multilateral.

Desde entonces, la OEI ha sido un promotor, impulsor y protagonista principal de los cambios, reformas y transformaciones educativas que hoy están en el primer lugar de los desafíos de la agenda pública del espacio iberoamericano, muy en especial el de una educación con calidad, equidad e inclusión, a través de la ejecución de 650 proyectos anuales que han beneficiado a más de 12 millones de personas en los últimos cinco años o bien con la formación de 40.000 docentes en el aula. Su acción ha abarcado áreas críticas tanto en la desigualdad en el acceso a oportunidades educativas; la deserción escolar; el combate al analfabetismo y la instrumentación de reformas educativas dirigidas a la calidad en el aprendizaje como en otras, más sofisticadas o de tercera generación, como la transformación digital, la educación para la productividad, y la promoción y defensa de la democracia, los derechos humanos y la igualdad desde la perspectiva de la educación y la ciudadanía.

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Si bien los retos son muchos y las condiciones de cada país distintas, lo cierto también es que en todos hay una decisión explícita por mejorar la educación, fortalecer el desarrollo científico y la innovación tecnológica y digital, y robustecer las políticas y las nuevas industrias culturales. Con distintas velocidades, Iberoamérica ha comprendido que la educación de calidad es la mejor inversión y la más duradera para llegar a mayores niveles de equidad y movilidad social y económica.

El espacio iberoamericano es naturalmente diverso y heterogéneo. Pero la evidencia, buena parte reunida o generada desde la OEI mediante sus informes y reportes, muestra cada vez mejor cuáles son las prácticas, políticas e intervenciones cuya adecuada instrumentación puede tener un impacto muy positivo en la búsqueda de los resultados deseados, con relativa independencia de las particularidades nacionales. En otras palabras, como afirmó Mariano Jabonero, utilizar la evidencia para la construcción de políticas educativas pertinentes y eficaces.

Para reflexionar sobre el estado que guarda la educación en nuestra región, datos de la propia OEI permiten observar que, si bien hay avances significativos en la educación primaria y secundaria baja, los otros grandes pendientes están en la educación inicial, preescolar y secundaria alta, así como en la calidad y pertinencia de la educación superior. La cobertura en Educación Inicial presenta avances lentos en la región, por debajo del 50%, y en la educación preescolar la media en la región es de 64%. En cuanto a la eficiencia terminal, la tasa regional en secundaria alta es del 61%, en contraste con el 94% en primaria y el 88% en secundaria baja. Estas cifras revelan que los esfuerzos de los países Iberoamericanos deberán concentrarse en implementar políticas educativas tendientes a que más adolescentes continúen y culminen sus estudios.

Estos son, en suma, algunos ejemplos de los desafíos que tanto Iberoamérica como la OEI tienen por delante. En otras palabras, avanzar para lograr mayor calidad, movilidad, equidad e inclusión con un compromiso fuerte de la sociedad real que componen hombres y mujeres, padres de familia, ciudadanos individuales y de carne y hueso. Si el gran logro del siglo XX fue por una cobertura universal en la educación básica, ahora la gran batalla del siglo XXI es por la calidad con equidad e inclusión.

En ese itinerario, la cooperación multilateral ha sido y seguirá siendo decisiva por varias razones. Una es que una cooperación efectiva permite servir como vaso comunicante de conocimiento, prácticas e innovaciones entre países y regiones muy heterogéneas con las cuales se construyan soluciones reales y sostenibles. Es bien sabido que los promedios regionales ocultan importantes diferencias entre los estados y es difícil, por ejemplo, hacer comparaciones equilibradas entre, por ejemplo, un país de las dimensiones de Brasil con otro del tamaño de Guatemala. Las asimetrías regionales son un problema múltiple que enfrentamos todos los días para calibrar bien la naturaleza de algunos de los retos educativos pero también para el diseño, la formulación y la ejecución de políticas públicas más eficaces para el logro de mejoras en los aprendizajes claves, a lo cual contribuye centralmente la cooperación de la OEI y otros organismos internacionales.

Y un segundo aspecto es que, desde la cooperación, es posible proporcionar ideas e instrumentos para fortalecer la energía y la calidad del liderazgo público con que se instrumenten las mejoras educativas así como darle mayor nivel y peso político a escala internacional. Es decir, ayudar a remover cuellos de botella en la implementación de reformas, superar debilidades en la capacidad de gestión dentro de los sistemas educativos y dotar de legitimidad y sostenibilidad a las buenas políticas.

Ese es el sentido, justamente, de la cooperación: que suceda e incida en el mundo real de países, comunidades y personas. Una educación de calidad pretende sobre todo mejorar los aprendizajes de los estudiantes e impulsar su movilidad social y económica. Y para ello exige tener maestros profesionales y mucho más preparados; ofrecer mejores contenidos; contar con mejores y más modernos espacios físicos, recursos digitales y materiales didácticos pertinentes; enseñar en la diversidad y el respeto a quienes ven y viven el mundo de manera distinta y diversa.

Formar, en suma, a un genuino ciudadano del mundo que, como dijo alguna vez Edward Said, sea “un cúmulo de flujos y corrientes”.

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