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ELECCIONES CATALANAS
Tribuna
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La importancia de los matices catalanes

La mayoría de los votos y de las abstenciones del 12-M expresan un apoyo mayoritario a la política de Sánchez respecto a Cataluña

La importancia de los matices / Juan Rodríguez Teruel
Quintatinta
Juan Rodríguez Teruel

La política catalana de los últimos tiempos ha vuelto a poner a prueba, una vez más, nuestra capacidad de fascinación ante lo inédito. Los resultados electorales del 12 de mayo en Cataluña resultaron sorprendentes, no por no haber sido largamente anticipados por indicios y encuestas, sino por su capacidad de desafiar la inevitable impronta de lo que les precedió en los últimos casi cincuenta años. Y por eso mismo, una lectura apresurada de esos resultados puede soslayar la importancia de los matices que contienen y sus implicaciones para la evolución de la política española.

La tesis general que sintetiza el balance de la jornada como una derrota del independentismo refleja no solo la distribución de votos y escaños entre las diferentes formaciones políticas, sino también el estado de ánimo de los diferentes candidatos esa noche. Primer matiz: la contundencia de los malos resultados obtenidos por los partidos independentistas no significa una evaporación de la base social que los apoyó en el último decenio. Tras la erupción en los años álgidos del procés, el apoyo a que Cataluña constituya un Estado independiente se encuentra hoy entre el 30% y el 40% (de acuerdo con los datos del ICPS y del CEO), según cómo se formule la pregunta, un dato superior, por ejemplo, al que hoy se da en el País Vasco, y que debe completarse con el más del 20% estable que aspira a una organización federal de España. Se mantiene, por tanto, una mayoría social en favor de cuestionar la actual distribución del poder territorial en el Estado. Sucede ahora que muchos de esos independentistas han empezado a introducir otras cuestiones a la hora de decidir el voto. En todo caso, las actitudes políticas de los ciudadanos difícilmente se pueden “derrotar”. Más bien, las democracias tratarán de integrarlas en un proyecto común mediante la persuasión y la negociación perpetua.

Es cierto que quienes sí han salido escaldados han sido los partidos que representaron esa aspiración soberanista durante estos años, y que gracias a ello gobernaron Cataluña hasta hoy. Segundo matiz: el realineamiento de votos entre partidos independentistas es menor del que sugiere el terremoto de escaños que ha desgarrado la mayoría nacionalista existente en el Parlament desde 1984. Aunque se ha roto el empate que venía dándose desde 2015 entre ERC y PDECat/Junts, el espacio que antiguamente monopolizaba CiU prosigue su proceso de fragmentación, sin alcanzar aún un equilibrio interno. Aunque ERC aparece como la gran perdedora, lo hace conservando aún una base de apoyos suficiente, que le permite encajar el golpe con perspectivas de recuperación. En cambio, la aparente mejoría de Junts no evita que haya obtenido el segundo peor resultado de ese espacio político desde 1980, y que ese apoyo social no acabe de concordar con el tono pretenciosamente grave que a menudo ha empleado Carles Puigdemont como líder de una aparente mayoría social que nunca acaba de manifestarse.

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Sin embargo, el impacto que ha tenido una abstención enormemente asimétrica, y que se ha focalizado entre votantes de ese bloque, ha generado una cierta sobredimensión parlamentaria de los partidos no independentistas. Tengamos en cuenta que el PSC ha obtenido seis escaños más que Ciudadanos en 2017, a pesar de recibir casi 240.000 votos menos. Ahí subyace un tercer matiz: para la victoria sin precedentes de Salvador Illa han resultado tan decisivos los votos obtenidos como las abstenciones cómplices de votantes de otros partidos que se quedaron en casa porque la victoria socialista ya les convenía (a veces por motivos opuestos: por asentimiento o por protesta). En ese sentido, Illa ha sabido reeditar la fórmula que mantiene a Sánchez en la Moncloa de forma precaria pero fiable. Lo que no te mata, te alimenta.

Estos matices nos informan mejor sobre la excepcionalidad del resultado de este domingo, pero también sobre su provisionalidad, sujeta a cómo los beneficiados y perjudicados sepan interpretarlos. Hay que evitar explicaciones demasiado unívocas para esta combinación de comportamientos individuales tan difícil de reproducir. Sin duda, el cansancio de muchos independentistas respecto al procés, como ayer relataba Oriol Bartomeus, ha permitido introducir otros temas en la agenda: la preocupación por la seguridad y la inmigración, el deterioro de la sanidad y de la educación, la exigencia de un buen gobierno…

Pero sería una equivocación dejar pasar por alto el principal mensaje que contiene la mayoría de votos y de las abstenciones del 12-M: la expresión de apoyo a la política aplicada por Sánchez en la cuestión catalana. Mientras que el gobierno de Mariano Rajoy, superado por los acontecimientos, acabó delegando en el poder judicial la respuesta al desafío independentista, una parte de cuya elite no dudó en aplicar una política de escarmiento en sus procedimientos y sentencias (es esta opinión controvertida y quizá algo injusta, pero indiscutible para muchos jueces y juristas), Sánchez aceptó reconducir el tratamiento judicial para someter a los líderes independentistas al juicio de las urnas, donde este domingo recibieron una sentencia electoral inapelable, pero también más manejable políticamente, incluso para los sentenciados. Como a los felinos, a los conflictos políticos tampoco conviene conducirlos a habitaciones sin salida.

Sea por su oportunismo, astucia o convicción, todos los comentaristas han coincidido en considerar a Sánchez el principal beneficiario de las urnas catalanas, lo cual es cierto, en la medida en que ni la victoria de Illa ni la derrota de ERC ni la incertidumbre de Puigdemont cuestionan necesariamente los andamiajes de la mayoría parlamentaria actual, tal como ya hemos comentado aquí en otras ocasiones. Precisamente porque detrás de todos esos movimientos electorales subyace la voluntad de los votantes de uno u otro signo por sostener la política de pactos de Sánchez en las Cortes Generales. Hacer de la necesidad virtud es un principio de supervivencia política en todos, no solo en el Presidente del Gobierno.

Lo cual nos lleva al último matiz: con todo, los resultados del 12-M ofrecen una llave a medio plazo al principal desafío del PP (la resiliencia de Vox) y que un día acabará jugando en contra de Sánchez. Para entenderlo hay que añadir otro matiz más: los resultados de Alejandro Fernández en Cataluña fueron parcialmente positivos, pero no despejaron lo importante. Lejos aún del umbral de los 400.000 votos que en 1995 y 2010 anticiparon un cambio en la Moncloa, tampoco han recuperado plenamente la herencia de Ciudadanos, a pesar de la expansión del electorado de impugnación españolista al catalanismo. La razón es la consolidación y ampliación de Vox en Cataluña, un indicio más de que los líos internos del partido de Abascal apenas repercuten en su resistencia electoral.

Los intentos de reducir ese espacio, basados en replicar el discurso duro contra la inmigración y otros temas, que Núñez Feijoo volvió a utilizar en la campaña catalana, no parecen estar funcionando. Quizá la respuesta deba ser otra. Si Cataluña metió a Vox en las fronteras del PP, y Cataluña le ha proporcionado razones para mantenerse allí, sacar el problema catalán de la agenda política española podría ayudar a reducir la animosidad que ancla a la derecha radical. Y ahí emerge el matiz: una vez superada la amnistía, las necesidades ahora evidentes de Junts y Puigdemont para actualizar su programa pueden encontrar puntos de entendimiento en Madrid, allí donde los intereses de Cataluña coinciden claramente con los de otras Comunidades y dan margen para acuerdos razonables.

Esa concatenación de intereses será más fácil de valorar después de las elecciones europeas de junio, cuando la actual dirección del PP conozca mejor la fuerza relativa con la que cuenta. Mientras la derecha española no esté en condiciones de superar el procés, que ya lo haya hecho el electorado independentista seguirá siendo la principal baza para que Sánchez sostenga la coalición plural del gobierno y pueda pensar la próxima oportunidad para revitalizarla.

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