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Columna
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Auge del bofetadismo

Considero un avance la sujeción de la violencia a unas normas de aceptación obligatoria. Ocurre con el boxeo, las artes marciales o las competiciones de dar tortazos

Vasili Kamotski abofeteaba en marzo de 2019 a un rival en el Siberia Power Show, en una imagen de este festival.
Vasili Kamotski abofeteaba en marzo de 2019 a un rival en el Siberia Power Show, en una imagen de este festival.DMITRI KOTOV (SIBERIAN POWER SHOW)

La modalidad deportiva del bofetadismo gana cada vez más adeptos. Me apresuro a desenvainar un neologismo antes que vengan a mangonear los anglicistas. Toda la vida se han arreado bofetadas. Mi generación las conoció en mejilla propia como norma didáctica no escrita. El sonido de la cara infantil golpeada con la palma de una mano correctiva era habitual en las aulas de antaño. Calentarle de vez en cuando los carrillos a la prole indicaba que la familia se tomaba su educación en serio. Sospecho que un niño de mi época no bajaba de dos docenas de bofetadas anuales. Sin embargo (ojo cómo entendemos esto, que últimamente andamos muy flojos de ironía), no recuerdo a ningún condiscípulo en tratamiento psicológico. Considero un avance civilizatorio la sujeción de la violencia a unas normas de aceptación obligatoria. Ocurre con el boxeo, con el rugby, con las artes marciales y también, por supuesto, con el bofetadismo. Las tortas han de repartirse por turno conforme a un reglamento. El receptor deberá permanecer inmóvil, sin más opciones de defensa que encomendarse a la misericordia divina. El dador ensaya el golpe antes de descargar la mano ancha y dura como pala de panadero en la faz del rival. Por la cuenta que le trae, le conviene dejar a su contendiente sin sentido. Los rusos son muy buenos en esta disciplina. Inclúyanse en la nómina abofeteadoras de encomiable fortaleza. Mi favorito es Vasili Kamotski, varias veces campeón del mundo. Vistos en cámara lenta los bofetones de este granjero de Siberia, puede apreciarse que un seísmo facial desfigura al adversario hasta despojarlo de apariencia humana por un instante. Boca y nariz se desplazan hasta el arranque de la oreja; un ojo desaparece; una mejilla y la frente colisionan. En España, esto, que quizá un día alcance rango olímpico, a algunos no les parecerá cultura ni deporte, al contrario de la tomatina de Buñol o las carreras de sacos de mi pueblo.

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