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Vuelve la Tomatina de Buñol sin restricciones, con 15 toneladas de frutos rojos y 20.000 participantes: “Es divertido y también extraño”

La popular fiesta de la población valenciana celebra su 76ª edición dando la bienvenida de nuevo a muchos extranjeros, que llegan atraídos por una fiesta atípica para despedir el verano

Un momento de la Tomatina de este miércoles en Buñol (Valencia).Foto: Miguel Ángel Polo | Vídeo: EPV
Ferran Bono

En el tren de Cercanías de Valencia a Buñol, solo se oye inglés. Muchos jóvenes y algunos talluditos. La mayoría viste con camisetas blancas y pantalón corto para que resalten bien las heridas rojas después de la batalla. Ya en la estación, un japonés mira a uno y otro lado y pregunta “¿Buñol?, ¿Buñol?”. No son las nueve de la mañana de este miércoles y algunas barras callejeras ya sirven sangría de rojo intenso. La música suena y aún faltan tres horas para que seis camiones recorran las calles con un cargamento de 15 toneladas de tomates tipo pera, bien maduritos, para que el impacto no cause demasiados estragos. Es la Tomatina, que este año, en su edición 76, ha reunido a más de 18.000 participantes, que han pagado los 15 euros de la entrada. Para los vecinos (9.500 censados) es gratis. En total, se estima que han participado unas 20.000 personas. Se nota que ya han cesado todas las restricciones que el año pasado aún estaban vigentes en algunos países asiáticos.

“Hemos venido a disfrutar porque vimos en un programa de televisión imágenes de la Tomatina y nos pareció muy divertido”, apunta Takuya, veinteañero y estudiante de Ingeniería al igual que sus amigos Katsuki y Gaku. Luego, exhaustos y completamente enrojecidos, reafirmarán sus expectativas, sonriendo y asintiendo. Cada vez es más difícil abrirse paso. La gente se arremolina. Muchos llevan gafas de bucear para protegerse del escozor en los ojos. Beben, comen, bailan, cantan, se hace selfis...

Sentados en un banco, la pareja holandesa formada por Frits (70 años) y Leo (55) parece ajena al jolgorio. Impolutos, elegantes, esperan verlo todo sin sufrir muchos daños en sus ropas, explica el primero sonriendo. Máximo Huerta, exministro de Cultura y vecino del pueblo, donde ha abierto una librería, seguirá la tomatina desde un balcón del Ayuntamiento, como el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, del PP. “Ya he vivido muchas cuando jovencito”, comenta. Una vecina se apiada del periodista y ofrece a hacer café en su casa antes de cubrir la fachada con una lona para evitar los tomatazos. No queda apenas tiempo. Ya no cabe nadie. Retumba una carcasa. Son las 12. Se desata la euforia. Arrancan los camiones con voluntarios en el interior entre los frutos, sujetos con arneses para evitar caídas y deslizamientos.

Una tormenta de tomates cae sobre la calle principal, frente al Ayuntamiento. La gente grita. Pide tomate. “¡Tomate, tomate, tomate!”, exclaman al unísono acentuando más la o. Y los tomates vuelan y se estrellan contra los cuerpos, el suelo, las fachadas. Los grupos de amigos se buscan para estamparse el fruto rojo. Hay algún conato de enfrentamiento y algunos empujones por el espacio que se reduce cada vez más, sobre todo cuando se abre paso a los vehículos pesados.

Descarga de uno de los camiones en Buñol durante la Tomatina.
Descarga de uno de los camiones en Buñol durante la Tomatina.EVA MANEZ (REUTERS)

“Esto es una liberación. Esto sirve para quitarte de encima todo lo malo que llevas dentro. Para liberarte”, señala Mariano, de 73 años, vecino que ya ha vivido 64 tomatinas. “Antes era todo mucho más sencillo. Ahora hay muchísima gente”, apostilla sobre una fiesta que empezó como una protesta de un grupo de jóvenes a los que no dejaron participar en una fiesta de Gigantes y Cabezudos el último miércoles de agosto. Se liaron a tomatazos y la tradición se consolidó hasta convertirse en una de las fiestas estivales más populares de España en el mundo. “Oímos hablar de la Tomatina hace unos años y como estamos estudiando español en Barcelona, pensamos: qué mejor que lanzar tomates en la cara de los demás”, comenta Selina, acompañada del también australiano Matt, ambos en la treintena.

La gente quiere más y más. Más tomate, más caña, más fiesta. Ofician una ceremonia pagana, mundana, muy física, en la que unos alzan los brazos al dios camión que eleva un poco su remolque para dejar caer el fruto, mientras otros lo recogen del suelo para estamparlo de inmediato o hacer acopio para después. Empiezan a bajar ríos de tomate por los lados de la calzada. Desde arriba, desde los balcones más altos, los remolques se asemejan a grandes contenedores de sopa de tomate con los voluntarios a modo de tropezones. Desde abajo, el olor a tomate lo impregna todo y es muy difícil evitar alguna acometida. Los vecinos alivian el calor de la gente, que este año se ha contenido, lanzando agua desde los balcones. “Es muy divertido y también muy extraño”, dice en español el ruso Max, mientras solicita más agua para limpiarse “un poquito”. Ha viajado junto a dos amigos. Los tres están completamente empapados con restos de tomate por todo su cuerpo.

Explota la segunda carcasa. Pasan unos pocos minutos de la una de la tarde. Circula el último camión. La gente no se resigna. Empiezan ahora las tareas para limpiarlo todo. Algunos participantes guardan pacientemente cola ante las mangueras de los vecinos que se prestan a adecentar a los visitantes, además de ofrecerles agua y en algunos casos también los típicos bollos de la temporada con panceta, embutidos o sardinas. Las barras y la música no cesan. La fiesta y los selfis continúan, pero ya sin tomate.

A reveler gestures during the annual "La Tomatina" food fight festival in Bunol, Spain, August 30, 2023. REUTERS/Eva Manez
A reveler gestures during the annual "La Tomatina" food fight festival in Bunol, Spain, August 30, 2023. REUTERS/Eva ManezEVA MANEZ (REUTERS)

Cobro por acceso

La celebración de la fiesta ha venido precedida por la denuncia hace una semana de la Unió de Periodistes relativa a que el Ayuntamiento de Buñol (Valencia), ahora gobernado por el PP con el apoyo del independiente X Buñol, ha solicitado, a través de la empresa que la gestiona, el cobro a los fotoperiodistas y cámaras de hasta 700 y 900 euros por el acceso a los balcones municipales para cubrir la Tomatina.

La alcaldesa de Buñol, Virginia Sanz, aseguró este martes que “si por algún malentendido” se ha cobrado a algún medio de comunicación por cubrir la fiesta, la empresa concesionaria organizadora devolverá el dinero. Pero lo que no va a hacer el Consistorio, como ha ocurrido con anterioridad, según apuntó la alcaldesa, es volver a “pagar por balcones privados”. Desde hace 11 años se cobra entrada a los visitantes para evitar la masificación e intentar controlar el aforo.

La Unió también ha denunciado que la organización exige a los fotoperiodistas apostados en el Ayuntamiento la cesión “gratuita” de los derechos de imagen de sus fotografías, una situación que la entidad considera otro “desprecio” a los profesionales de la comunicación valencianos.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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