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Columna
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El niño

El proceso de escritura se convierte en un personaje más de la nueva novela de Aramburu, toma la palabra, avisa, mide sus silencios y elige las puertas que debe abrir o cerrar

El escritor Fernando Aramburu, en Roma en 2023.
El escritor Fernando Aramburu, en Roma en 2023.Franco Origlia (Getty Images)

No soy una columna más de las que escribe Luis García Montero. Espero que esta le salga bien, porque habla de otro autor que escribe columnas hermanas. Conviene medir los elogios para no parecer dadivoso y los sentimientos para no caer en la cursilería. La escritura está obligada a medirse mucho, tiene que convertir la mesa de trabajo en un campo de advertencias. Exigimos que nuestro autor sea una persona cuidadosa, alguien que ejemplifique la importancia de los cuidados al elegir un adjetivo o definir un argumento. Aunque los frutos parezcan naturales, detrás de cada buen libro hay una esforzada necesidad de elaborar las cosas.

Las palabras debemos tener mucho cuidado con nosotras mismas. Fernando Aramburu acaba de publicar una nueva novela, El niño (Tusquets, 2024), sobre las consecuencias en una familia de la terrible explosión de gas propano que sembró una escuela de cadáveres en octubre de 1980. Murieron 50 niños y tres adultos en Ortuella. El autor elige una familia, una madre, un padre, un abuelo, para contarnos por dentro lo que significa la pérdida, los recursos que permiten encontrar un sentido a la vida después de que la realidad nos condene al vacío. Una historia difícil porque los laberintos personales y los hábitos colectivos crean situaciones proclives al patetismo, el ridículo, la incomunicación o la mentira. El proceso de escritura se convierte en un personaje más de la novela El niño, toma la palabra, avisa, mide sus silencios y elige las puertas que debe abrir o cerrar. De forma solidaria, como voz de otra escritura, afirmo que la novela de Aramburu ha conseguido lo que buscaba y que se abrazan muy bien las reflexiones literarias y el curso de la historia. Enhorabuena.

Aprovecho aquí para confesaros que yo también me esfuerzo por moderar a Luis García Montero en estas columnas. No quiero que se me convierta en un viejo cascarrabias o en un optimista sin remedio.

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