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TRIBUNA
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Comprar argumentos, vender acuerdos

Toda negociación verdadera implica cesiones de las partes. Pero hoy la razón no se concede; solo se adquiere de forma impulsiva para seguir sosteniendo nuestras ideas preconcebidas

Dados con letras para formar palabras.
Dados con letras para formar palabras.Carles Ribas
Lola Pons Rodríguez

“Perfecto anterior” o “relativa semilibre” son algunos de los términos con que uno se topa cuando lee una gramática avanzada de la lengua española. De estos tecnicismos gramaticales, un poeta con capacidad podría sacar jugo trascendental e íntimo. El pretérito anterior es “hubo cantado” en las gramáticas, mientras que, en nuestras vidas, casi todos tiramos de pretéritos imperfectos, porque los anteriores no terminan nunca de hacerse posteriores e irse. El carácter de relativa semilibre se da en la gramática a frases como “los que vienen” o “la que vive en tu calle”, pero en la realidad la mayoría de los humanos somos libres en teoría y esclavos en la práctica, o sea, funcionamos como unos relativos semilibres de manual. Nuestra vida entera da para una metáfora lingüística.

Cuando uno estudia la gramática de un idioma, se suele encontrar con estos términos y, en general, en las clases de lengua no nos explican que el origen de muchos de ellos está en la retórica o en la lógica de la tradición grecolatina. Uno de esos tecnicismos es el de “oración subordinada concesiva”. Las frases que en la gramática se llaman concesivas son las que empiezan, por ejemplo, por aunque, y tienen ese nombre porque se basan en una idea de indulgencia y merced. Dicho con una mala definición, las concesivas nacen de una concesión. Si digo “aunque estoy cansada, voy a la fiesta”, estoy concediendo que lo normal, la correspondencia lógica de los hechos, es que si uno está cansado no va a una fiesta. Pero la oración reclama que, pese a ello, admitamos la excepción. En los debates y las argumentaciones, las oraciones concesivas aparecen profusamente; con ellas se encadena conceder la razón al argumento del otro y, a continuación, declarar que ese argumento es en realidad un impedimento no efectivo: “Aunque no sea el momento, tenemos que sacar esto adelante”.

Conceder no es poca cosa. Toda negociación, si quiere serlo de verdad, incluye concesiones por las partes en juego. Los escolásticos, que argumentaban en torno a disquisiciones teológicas abstrusas o absurdas, encontraron que no había forma de salir del atolladero dialéctico si cada una de las partes no le concedía al otro la razón en algo de su argumentación. La palabra tiquismiquis sale de ese esquema de negociación escolástica. Procede de “tibi, mihi” (o sea, para ti, para mí; te concedo un argumento, concédeme tú este otro) y de ella ha derivado (con un mihi pronunciado miqui en el latín eclesiástico) el tiquismiquis del español actual, adjetivo empleado para designar las melindrerías que llegaban a debatirse en esas discusiones conventuales.

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Llevamos siglos asumiendo que las dos partes de una negociación conceden y, a continuación, ceden. Pues bien, borren todo ese paradigma previo porque ya nada de eso se estila. Cuando ahora nos dan la razón parcialmente, dicen de nuestro argumento: “Te lo compro”. Bienvenidos a la nueva metáfora de la sociedad mercantilista. No hay cesiones ni convicción: las razones no se conceden ni mucho menos se dan o se adoptan. Decrece la metáfora de la lucha de argumentos, porque ya estos no se esgrimen ni se blanden; salimos del lenguaje de la dialéctica: no se aducen pruebas ni se alegan razones. Ahora, el discurrir del entendimiento, las motivaciones para contradecir o defender algo y los fundamentos por los que llegamos a sostener una ideología... se compran. Cuando todo es beneficio, inmediatez y rentabilidad, ¡cómo nos vamos a tomar el tiempo de deliberar y reflexionar! La adquisición de un argumento tiene que ver más con una compra rápida e impulsiva que sirve de lanzadera para seguir sosteniendo nuestras ideas preconcebidas. Basta mirar y comprar con celeridad, sin la necesaria disposición a la escucha de premisas y razones ajenas.

No seamos tiquismiquis, esto es simplemente una manera de hablar, se me dirá. Pues claro que lo es, pero expresa que en este mundo nos hemos hecho a que se puedan adquirir bienes de consumo y también bienes de pensamiento. Y revela también que si hay compra, es porque había venta. Y eso sí que es peligroso. En los libros de texto enseñamos a los escolares que existe la antonimia recíproca, la que contraen esos opuestos que resultan necesarios mutuamente: dar frente a recibir, enseñar frente a aprender. Comprar frente a vender es una de esas parejas en que cada término exige al otro. Teníamos las razones puestas a la venta y no sabíamos ni el precio.

La idea de la compra es sintomática de una inmadurez ideológica que creo que se ha traspasado al clima político actual. En España hubo elecciones hace unas semanas, las hay mañana, las volverá a haber en junio. Cuando al día siguiente de los comicios se anuncien consensos o alianzas, ¿serán compradas? ¿Los acuerdos serán vendidos o serán concesiones basadas en la convicción de las ideologías? Lo pregunto porque las negociaciones huelen últimamente a venta, a compra y venta de libro, pero no de libro de gramática, ni de poesía.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.
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