La persistencia del escolasticismo
La crisis de la enseñanza vuelve a estar de actualidad, ante la explotación política que la oposición y el episcopado han hecho de la reforma escolar en trámite parlamentario. Pero más allá de sus denuncias oportunistas, lo cierto es que nuestro sistema educativo está sufriendo tensiones difíciles de resolver. El populismo xenófobo tiende a culpar de la crisis escolar a los inmigrantes, tomándolos como inerme cabeza de turco. Pero el súbito incremento de una inmigración todavía minoritaria no ha hecho más que agravar un problema mucho más básico cuya raíz arranca de lejos. Me refiero a la persistencia de lo que cabe llamar "escolasticismo", entendiendo por ello la continuidad histórica de una forma clasista de entender la enseñanza como entrenamiento de las élites administrado por las instituciones religiosas. Esa educación escolástica, antes monopolizada por la iglesia católica, ha sido después mayoritariamente asumida por el Estado, a fin de universalizar la educación obligatoria interclasista. Pero las características pedagógicas del sistema escolástico, que determinaban su metodología docente, continúan manteniéndose casi intactas en la actualidad, y ello tanto si el servicio educativo lo presta la enseñanza pública como si lo hace la privada o la concertada. De ahí que la iglesia católica continúe arrogándose el derecho de condicionar la forma pública de enseñar, imponiendo como peaje o patente de corso la asignatura de religión.
Exigir la evaluación de la religión como asignatura académica resulta tan irracional como ridículo, en estos tiempos de determinismo científico. Pero no hay que extrañarse demasiado, pues eso mismo sucede no sólo en los sistemas teocráticos, como Irán, sino en los muy tecnológicos Estados Unidos, donde los fundamentalistas religiosos han logrado imponer la enseñanza del "creacionismo" (ahora llamado "diseño inteligente") en pie de igualdad con el evolucionismo. Pero en estos asuntos no hay que pedir coherencia lógica, pues en realidad los eclesiásticos reivindican la asignatura de religión con segundas intenciones, alegando su presunto derecho para satisfacer otros intereses. ¿Cuáles son estos? Dos en especial. Ante todo se pretende preservar la limpieza étnica de los colegios católicos, haciéndolos más inaccesibles para los inmigrantes de otras religiones. Y aunque contradiga su pretendido ecumenismo, con esta segregación se intenta atraer mejor a las familias de clase media, que prefieren apartar a sus hijos de las malas influencias que pondrían en peligro sus aspiraciones de ascenso social. Es la clasista tradición escolástica a la que antes me referí, que sirve a la reproducción social de las élites acomodadas.
Pero en la reivindicación eclesiástica se adivina otro interés material: el de buscar la financiación estatal de la iglesia con la excusa de prestar a la comunidad un servicio público, como es la educación. Así se mantiene una interesada confusión entre las dos clases de servicios que ofertan las instituciones eclesiásticas: unos servicios religiosos que son de naturaleza privada, por lo que no deben ser financiados por el Estado, y unos servicios educativos que, al ser de naturaleza pública, sí tienen derecho a su financiación estatal. Por eso parece urgente deshacer cuanto antes esta confusión, separando sus fuentes de financiación. El Estado debe financiar generosamente los servicios educativos que presta la iglesia católica a través de la enseñanza concertada, al igual que también financia sus servicios asistenciales (Cáritas) o patrimoniales (catedrales). Pero a cambio no debe financiar de ningún modo los servicios puramente religiosos que la iglesia pueda prestar. Y tampoco debe permitir que la financiación estatal de la enseñanza concertada se desvíe en beneficio de la iglesia católica, lo que no hace más que empobrecer la calidad de nuestra educación.
Pero dejémonos de religiones y vayamos a lo esencial, que es el método educativo del sistema escolar español. He dicho antes que se mantiene en vigor una metodología en gran medida "escolástica". Con esto me refiero a que la enseñanza española continúa siendo ordenancista o "catequista", adiestrando acríticamente al alumno para que repita respuestas hechas a preguntas prefabricadas. Es el método del catecismo (estatal o autonómico) que se aprende en la escuela y llega hasta la universidad, donde la mayoría de los alumnos sólo sabe repetir los apuntes tomados en clase o las fórmulas magistrales fotocopiadas en cuadernillos de lecturas canónicas. Y el resultado de esta catequesis docente es el ritualismo académico, inductor de la rutina, la dependencia y la pasividad. Así es como nuestros estudiantes adquieren la vocación prioritaria de funcionarios burocráticos, invirtiendo la estructura de la pirámide ocupacional en la que hay grave déficit de formación profesional (lo que explica la demanda de inmigrantes) con exceso de médicos y abogados redundantes. Lo cual es representativo de una improductiva sociedad de clases medias que se caracteriza por la persistencia oculta del "franquismo sociológico". De ahí el conformismo conservador de unos hijos de familia con vocación de propietarios rentistas, que continúan dependiendo de sus padres a la espera de adquirir en propiedad un puesto de trabajo fijo y un piso hipotecado.
Mientras tanto, esta enseñanza puramente escolástica encierra a los menores en una ficticia burbuja apartada de la realidad, donde pierden el tiempo durante quince años entretenidos en el aprendizaje de la incompetencia y la irresponsabilidad como si fuera un juego de niños. Es la subcultura estudiantil del odio al esfuerzo, el desprecio al trabajo, el amor al ocio gratuito y el ansia de consumo pasivo. Y los efectos aplazados de un escolasticismo tan paternalista como estéril no podrían ser más perniciosos. Ante todo, fracaso escolar y déficit educativo con incapacidad de cálculo e incompetencia lectora, según revelan los Informes PISA. Y además indisciplina escolar, chulería arrogante, machismo racista e impune abuso de poder. El resultado es el descrédito de laeducación y de la enseñanza, que ha desautorizado tanto a los padres y a los maestros como a las familias y a las escuelas.
Pero la solución a esta crisis escolar es bien conocida, pues consiste en recuperar la autoridad educativa de los enseñantes, reconociéndoles su responsabilidad profesional con plena autonomía docente. Lo cual exige reforzar las atribuciones de la dirección para sancionar las indisciplinas que violen los derechos ajenos, evitando el clima de impunidad escolar. Pero esto no significa el retorno imposible a la vieja disciplina de la obediencia escolástica, como pretenden los nostálgicos que desean recuperar el eslogan "la letra con sangre entra". Antes al contrario, lo que hace falta es competencia profesional para motivar a los alumnos desarrollando su capacidad de superación. No hay que castigar la desobediencia a normas escolásticas ajenas a la realidad sino incentivar la iniciativa, el esfuerzo, el rendimiento, la competencia y la ambición profesional, entrenando a los alumnos para su futura inserción en la economía productiva del empleo flexible y la formación continua. Pues enseñar significa inducir la capacidad de superarse para merecer el reconocimiento ajeno. Justo como hace la mejor metáfora de la enseñanza: el deporte, hoy excluido de la escuela por culpa de los males que la aquejan pero que podrían remediarse.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
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