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Columna
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Cómo despolitizar la desinformación

No podemos centrarnos solo en los contenidos. La información falsa es una economía de servicios con su propia cadena de distribución. Cambiar de contenidos es gratis pero cambiar de cadena, no

"Existen medios creados con el único propósito de distorsionar la realidad, manipular los procesos democráticos y convencer a la ciudadanía de cosas que no son ciertas".
"Existen medios creados con el único propósito de distorsionar la realidad, manipular los procesos democráticos y convencer a la ciudadanía de cosas que no son ciertas".Arkadiusz Warguła (Getty Images/iStockphoto)
Marta Peirano

Existen medios creados con el único propósito de distorsionar la realidad, manipular los procesos democráticos y convencer a la ciudadanía de cosas que no son ciertas. Esto no se disputa. La cuestión es cómo identificarlos de forma limpia, sin oportunismo ni sesgo político. No podemos crear una máquina que separe la verdad de la mentira porque la verdad, a diferencia de un bulo, no es un objeto, como un árbol o una silla, que podamos detectar con algoritmos. Pero la campaña de desinformación tiene un comportamiento característico. Ahí está la oportunidad.

Los “pseudomedios” no funcionan solos; son parte de una estructura que propaga desinformación. Esta constelación presenta comportamientos únicos. En análisis de redes, esos comportamientos se llaman “inauténticos”. Son los que usan los forenses digitales para detectar, denunciar y prevenir la desinformación.

Hay muchas formas de ser inauténtico. Los medios creados por agencias de desinformación y granjas de contenido imitan a los medios de comunicación, pero no contratan periodistas de prestigio, no hacen trabajos de investigación, no pagan a agencias o fotógrafos y por lo tanto no producen contenido original. Lo que hacen es robar contenido de otros medios, que manipulan para distorsionar su sentido. Esta característica es una oportunidad perdida. Si los medios de comunicación hubiesen protegido su copyright de la misma forma que lo hacen las discográficas, desinformar habría sido mucho más caro. Las plataformas habrían tenido que trabajar con periódicos, revistas, radios y televisiones para proteger su propiedad intelectual. Ahora es probablemente demasiado tarde. Los modelos generativos de IA son una lavadora de infracciones de propiedad intelectual.

Los equipos que estudian las redes no son verificadores ni cazadores de bulos. No identifican contenidos falsos y caminan hacia atrás, siguiendo el rastro de su distribución. Son científicos de datos y forenses digitales que reconocen las formas, mecanismos y comportamientos que preceden o señalan la existencia de una campaña de intoxicación. Su trabajo es identificar esas señales y exponer los nodos que la difunden; las técnicas que utiliza para viralizar contenidos. Son vigilantes de tráfico. La biopsia viene después.

Necesitamos biopsias. El trabajo de los verificadores es insustituible, no solo para entender la desinformación y su impacto sino para estudiar el estado mental y emocional de la ciudadanía. Para salvar vidas necesitamos detectar la presencia de un cáncer, para erradicarlo necesitamos saber en qué condiciones se produce. Pero, sin herramientas que nos adviertan lo antes posible su presencia en el sistema, no podemos predecirlo, prevenirlo ni erradicarlo. No podemos centrarnos solo en los contenidos. La desinformación es una economía de servicios con su propia cadena de distribución. Cambiar de contenidos es gratis pero cambiar de cadena, no.

No tenemos máquina de la verdad pero existen soluciones. La democracia necesita un ecosistema mediático limpio que nos ayude a superar este ambiente de escepticismo, cinismo e incredulidad general que desgasta tanto a las personas y favorece la manipulación. El principal obstáculo es que requiere la colaboración honesta y genuina de sus principales actores: partidos, plataformas tecnológicas, empresas de marketing y medios de comunicación. La solución debe ser transparente y bipartisana o no será.

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