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Columna
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Y todos ganaron

Es indudable que, en Galicia y el País Vasco, la izquierda nacionalista se consolida como la primera fuerza, pero de la oposición

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, durante su comparecencia tras la reunión este lunes en San Sebastián de la Mesa Política de esta coalición para analizar los resultados de las autonómicas del 21 de abril.
El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, durante su comparecencia tras la reunión este lunes en San Sebastián de la Mesa Política de esta coalición para analizar los resultados de las autonómicas del 21 de abril.Javier Etxezarreta (EFE)
Víctor Lapuente

No recuerdo una noche electoral con tanta euforia en tantos partidos. Excepto Podemos, todos, desde los que ocuparon las dos primeras posiciones en la photo finish (PNV y Bildu) hasta los que salvaron un escaño en el último suspiro (Vox y Sumar), tenían motivos para la celebración. Todos se sintieron ganadores porque, en agregado, el resultado de las elecciones fue un empate: entre las dos grandes fuerzas nacionalistas (PNV y Bildu, que quedaron igualadas), entre las dos constitucionalistas (PSOE y PP, que ganaron algún representante) y entre sus socios naturales (Sumar y Vox, que sobrevivieron, aunque por los pelos). Todos acabaron la jornada contentos por los votos pescados, pero intranquilos por lo que les depara el futuro.

El PNV ha demostrado una gran resiliencia. Nadie lo daba por muerto, pero sí por moribundo, dado el envejecimiento de sus votantes y, sobre todo, sus militantes. La maquinaria del partido, la compleja estructura que ha unido durante décadas el Palacio de Ajuria Enea con el bar del batzoki de cada pueblo, pasando por Sabin Etxea y decenas de organismos intermedios, exige una participación activa de un ingente número de personas en un experimento de democracia comunitaria que, si ya era excepcional en el siglo XX, ahora se antoja casi milagroso. Con la penetración de Bildu en el electorado joven, parece difícil que el PNV pueda mantenerse como el partido hegemónico. Y con el ascenso en todo el mundo de los partidos centralizados, esculpidos a imagen y semejanza de líderes cesaristas, es complicado que el PNV pueda sostener su arquitectura confederal, donde la institución se impone a los personalismos.

Pero el ascenso de Bildu también tiene claroscuros. De forma paralela a lo sucedido en Galicia, y a lo que podría haber pasado en una Cataluña sin procés, es indudable que la izquierda nacionalista, BNG y Bildu, se consolidan como la primera fuerza… de la oposición. Lideran con claridad el flanco progresista del espectro ideológico, succionando los restos de la “nueva política” (Podemos y Sumar) y dando dentelladas a los socialistas, pero en ambas comunidades no solo siguen gobernando partidos de centroderecha, ya sea un PP con tintes regionalistas o un PNV con toques soberanistas, sino que baten récords de permanencia en el poder. Se repite sin cesar que BNG y Bildu son formaciones a punto de gobernar sus comunidades. Pero eso ya se dijo hace cuatro, ocho, o incluso más, años. Sin duda, un día romperán el techo de cristal. Pero ¿lo harán ellas o sus nietas?

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