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tribuna
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El valor de los ejemplares dedicados

Según los anticuarios, desde hace unos años las dedicatorias de libros que captan la fugacidad de la vida están en alza

Primera edición de 'Pedro Páramo' dedicada por Juan Rulfo a Carlos Fuentes.
Primera edición de 'Pedro Páramo' dedicada por Juan Rulfo a Carlos Fuentes.Monica Gonzalez (EL PAIS)

En una conocida plataforma digital se vende un preciado libro por 2.300 euros. Parece caro, pero no es un ejemplar cualquiera. Tiene una dedicatoria y la firma de Joseph Roth. El escritor se dirige a una dama cuyo nombre desconocemos y revela una relación que va más allá de la amistad superficial, a tenor de las palabras que le dedica, algo así como: “Para una dama muy querida y honorable, a quien permanezco fiel en un viejo amor eternamente joven”. Y a continuación, la firma: Jósef Roth, París, octubre de 1930.

El legendario escritor, que al final de su vida apenas firmaba autógrafos, no sólo legó a la posteridad esta dedicatoria, además la escribió en el idioma de la dama: el polaco, lengua que dominaba lo suficiente como para utilizarla “en la intimidad”.

El libro en cuestión es una primera edición de una de sus grandes obras maestras: Job. Historia de un hombre sencillo. Sin embargo, este dato no es lo que encarece el ejemplar, pues puede encontrarse una primera edición del libro por 60 euros en la misma plataforma. Lo que hace del ejemplar una reliquia codiciada es esa inserción narrativa breve, fugaz, sensual. Un puñado de palabras escritas con pluma estilográfica y una bonita letra todavía no maltratada por el alcohol.

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Casi un siglo después, esta dedicatoria relegada al olvido durante décadas resurge como una chispa de gracia que hincha el valor económico del ejemplar a la vez que mantiene vivo el recuerdo de un viejo romance de renovado fulgor. Un pequeño milagro que hubiera hecho las delicias del escritor en vida.

Según el anticuario que ofrece el ejemplar de Roth a la venta, desde hace unos años las dedicatorias que captan la fugacidad de la vida están en alza. De esta afirmación podríamos inferir que se está produciendo una suerte de retorno a un modo de experimentar la existencia profundamente barroco, ese movimiento cultural, filosófico y estético fruto de un mundo en crisis y decadente (excepto para los más privilegiados).

Durante los casi dos siglos de duración de esta corriente del pensamiento, del XVI al XVIII, proliferó la sospecha sobre la realidad. No había certeza alguna de que las cosas fueran lo que parecen. Había una sensación de engaño y de desconfianza, de desesperanza y angustia. Imperaba sobre todo un sentido de fugacidad. La vida como una ilusión, un día, un sueño o una rosa. La dedicatoria de Roth a la venta no es más que la constatación de ese paso efímero por la vida y la huella de un deseo, quién sabe si consumado o no, que una vez sintió por la dama.

La dedicatoria impresa es una costumbre antigua que vive su apogeo, precisamente, durante el Barroco. Entonces los escritores dedicaban sus obras a reyes y nobles. Era el modo que tenían de agradecer el mecenazgo recibido, pero también de asegurar su cobijo ante posibles eventualidades y basta echar un vistazo a la vida de Miguel de Cervantes o de Pedro Calderón de la Barca para saber que no eran pocas. Las dedicatorias eran más largas que breves. En general tenían pompa y se deshacían en halagos.

Con la masificación, el mecenazgo pasó a manos de los lectores: todos son potenciales mecenas aunque en muy ínfima medida. En cada encuentro, en cada feria del libro, en cada presentación, hacen cola pacientemente a la espera de una dedicatoria autografiada y personalizada. Generalmente tienen que conformarse con una de esas que se realizan de forma maquinal, en serie, a la manera estajanovista. En estas dedicatorias lo único que cambia es el nombre del destinatario. No hay pompa ni halago. Sin embargo, a veces se cuela algo de cariño y agradecimiento: un regalo inesperado. Sin duda, ese libro tendrá un lugar señalado en las estanterías de su pequeña biblioteca.

Tema aparte es el ejemplar que el escritor o escritora dedican a una amistad, a un familiar, a un colega, a un amante. Ya sea impresa o escrita a mano, ahí puede darse con más facilidad la voluntad del autor para elevar esa pequeña inserción textual al estatus de arte literario. Breve y fugaz como la vida, pero arte al fin y al cabo. Sólo entonces pasará a la posteridad, un “futuro” regido por el mercado, siempre alerta, con sabuesos que mantienen el ojo avizor, rastreadores de chispas ocultas, descifradores del espíritu de la época, de sus deseos, promesas y codicias.

Escarbar en el pasado permite hallar heraldos de lo venidero. Entre las dedicatorias que estos meses florales se escriben a cientos algunas ocultarán la chispa y el heraldo del mundo que seremos. Quizá suceda con la que escribió recientemente Olga Tokarczuk en una sesión de firmas tras un acto del Museo del Prado. En el breve texto se dirige a la propietaria del ejemplar con la palabra sister: “Hermana”. Ojalá sea un heraldo. Sólo un mundo en hermandad podrá mitigar el dolor causado en este incierto presente.

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