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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El candidato del pasado

Carles Puigdemont se presenta a las elecciones autonómicas del 12 de mayo ante una sociedad que ya no es la de 2017

Carles Puigdemont, este jueves en el acto de Junts en Elna (Francia).
Carles Puigdemont, este jueves en el acto de Junts en Elna (Francia).Albert Gea (REUTERS)
El País

Junts ha decidido jugar de nuevo la carta de Puigdemont. La disrupción ya es una tradición en este partido, que ha cambiado el pactismo pragmático de la vieja Convergència por un populismo inasequible al desaliento y, sobre todo, a la fuerza de los hechos. No hay forma de conocer sus propuestas fuera de la persistencia en el camino unilateralista que ha conducido a la peor etapa de la Cataluña democrática. La candidatura, anunciada este jueves en Elna (Francia), se fundamenta en una imprevisibilidad que sorprende incluso a sus seguidores.

Su mejor arma es la capacidad para provocar a sus rivales en Cataluña y en el resto de España, tan crédulos en la materialización de sus fantasías políticas como lo son sus seguidores independentistas. Huido de la justicia desde hace seis años y medio, Carles Puigdemont se ha convertido en un adversario imprescindible para la derecha española. No admite mucha discusión su aportación al ascenso electoral de Vox. Pocos líderes tienen tal capacidad polarizadora. Gracias a estas habilidades, su presencia actúa como argamasa para una formación en declive tras el desastre de octubre de 2017, pero que pretende resucitar un proceso independentista del que la mayoría de la sociedad catalana ya ha pasado página. Su partido, Junts, solo fue la tercera fuerza en las últimas elecciones autonómicas de 2021 (32 escaños y 568.002 votos), por detrás de ERC (33 escaños y 603.607 votos) y del PSC (33 escaños y 652.858 votos).

Los catalanes podrán pronunciarse en los comicios del 12 de mayo no solo sobre su aventura personal —su autoexilio belga—, sino también sobre la esterilidad de la etapa de rupturismo unilateralista. La inauguró Artur Mas —el presidente que le nombró y abrió las puertas al proceso independentista— y ha quedado clausurada por la realidad social catalana, ajena desde hace años al radicalismo de una retórica soberanista reactivada por el peso de los siete escaños de Junts en el Congreso de los Diputados.

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Esta candidatura quiere evitar aparentemente que Pere Aragonès sea presidente de la Generalitat. Si hay alguna fidelidad en Puigdemont es a la competencia incansable con ERC. Pero su auténtico adversario es el socialista Salvador Illa, frente al que pretende armar de nuevo una mayoría independentista. En un paisaje de fragmentación e inestabilidad, Puigdemont sigue alimentando la esperanza y el victimismo del mundo pospujolista. Para la oposición a Pedro Sánchez, en cambio, Puigdemont ha sido y seguirá siendo un señuelo, más perfecto cuanto más ofensivo. Para la mayoría de los catalanes, finalmente, es el candidato de un pasado desdichado que medidas de gracia como la ley de amnistía deberían contribuir a superar. Pese a la retórica rupturista desplegada de nuevo este jueves, su intención de repetir en unas elecciones al Parlament de Cataluña demuestra la fortaleza del Estado y su asunción del marco autonómico, es decir, constitucional, que quiso romper en 2017.

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