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INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Columna
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¿Y si la inteligencia artificial creara una humanidad menos violenta?

El problema de la llamada IA no es que deje de ser humana, sino el uso que seamos capaces de hacer con ella. Que sirva para consolidar la paz y no para la creación de nuevas armas

ataque aéreo israelí contra Deir Al Balah, en el sur de la Franja de Gaza
Un hombre lleva a un niño herido y rescatado debajo de los escombros de su casa familiar, destruida tras un ataque aéreo israelí contra Deir Al Balah, en el sur de la Franja de Gaza.MOHAMMED SABER (EFE)
Juan Arias

A veces me pregunto por qué ese miedo a la inteligencia artificial. ¿Artificial por qué? ¿Acaso ha llegado de otro planeta o la hemos creado nosotros, el Homo sapiens? El problema no debería ser el miedo a que las máquinas puedan superar al cerebro humano. Eso lo ha sido siempre. Cada nueva conquista de la ciencia ha pasado por el cerebro. No ha venido de fuera, de la nada a importunarnos. ¿Y si esa nueva inteligencia fuera capaz de modificar nuestro cerebro? Seguiría siempre siendo natural y no artificial.

El problema no es que nos cueste entender esa mal llamada nueva inteligencia, sino que ese plus de nuevos conocimientos se use para el bien o para el mal, para la concordia y el diálogo, y no para sofisticar las armas de la guerra. Para agrandar los horizontes de la paz y la concordia y no los nuevos genocidios.

Cada vez que el Homo sapiens hizo nuevos descubrimientos, desde las cavernas a hoy, debió haber creado una convulsión natural, no artificial. Imaginémonos que cuando fue descubierto el fuego: ¿No era peligroso? Y, sin embargo, cambió la historia. ¿Y el descubrimiento del motor? ¿También era artificial? Y cambió el mundo. ¿Y la luz, esa sí artificial, no la del sol? Imagino lo que habrán dicho entonces ante una bombilla encendida y la revolución que supuso. También puso a la humanidad en alerta, estupefacta. Y cambió al mundo.

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¿Y el primer abecedario? ¿La escritura? Y más cerca de nosotros, la imprenta, que acabó con los manuscritos. ¿Y la radio, el teléfono, la televisión, los aviones que nos convirtió en águilas? ¿Y la llegada del hombre a la Luna? Pareció y sigue pareciéndole a muchos una falsedad, como que la Tierra es redonda. Todo ello podría haberse llamado artificial, divino o diabólico. Eran quizá solo unos gramos más de nuestra masa encefálica. Eran invenciones no artificiales, sino tremendamente naturales.

El problema de la llamada IA no es que deje de ser humana, sino el uso que seamos capaces de hacer con ella. Que sirva para consolidar la paz y no para la creación de nuevas armas. Que sea capaz de ensanchar nuestro cerebro para rechazar la violencia. Que pueda ser una vacuna contra la iniquidad y el desamor. Lo sé, es una utopía, pero déjenme soñar. Que la nueva IA sirva para poder mejor defender a nuestro planeta, que cree una humanidad de manos abiertas que elimine los puños cerrados que nos impiden bendecir.

Dicen que la IA podrá ensanchar muchos años nuestra vida con nuevos descubrimientos en el campo de la ciencia y de la medicina, creando nuevos antídotos contra las enfermedades. ¿Y si sirviera también para inventar un antídoto contra el capitalismo salvaje, contra los asesinatos de las democracias, unas barreras a la exploración humana? ¿Si acabara esa estúpida guerra entre los géneros? ¿Si nos inyectara la conciencia de que somos, pero todos, sin distinción, hechos del mismo barro, de las mismas ilusiones y de los mismos quebrantos del alma?

¿Si sirviera para hacer amainar nuestros odios inútiles, nuestras avaricias y cobardías?

“Sed astutos como las serpientes”, reza la vieja sabiduría de la Biblia. La estupidez no es una virtud. Lo es la capacidad de saber detectar a tiempo, en la política y en la religión, el veneno de la falsedad y el engaño. Toda la ciencia moderna y la IA están volcadas en alargar nuestras vidas, pero aún no han descubierto como curarnos de la ambición desmedida de poseer y de prevaricar sobre los otros.

No hace falta que la IA nos haga inmortales o superhombres. Bastaría que nos enseñara a aceptar, sin enloquecer, nuestros límites. Que nos ayudara a entender que somos simplemente mortales y no divinos. Aceptar nuestros límites y luchar para ensanchar los horizontes de nuestra capacidad de diálogo y de justicia, debería ser lo natural, nuestra esencia. No nos hará más felices convertirnos en misteriosos robots, que ya no es poco ser capaces de ser simplemente humanos.

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