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Tribuna
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Caída y declive de Olaf Scholz

En plena recesión, el canciller ha tenido que adoptar una política de austeridad y, ante el descontento, fía todo a la recuperación económica

Olaf Scholz
El canciller alemán, Olaf Scholz.LIESA JOHANNSSEN (REUTERS)
Wolfgang Münchau

Cuando Olaf Scholz fue elegido canciller de Alemania en 2021, las consecuencias más nefastas de las políticas de Angela Merkel aún no se habían vuelto evidentes: la alianza geopolítica de Alemania con Rusia y su dependencia del gas ruso; una política industrial complaciente; y una lamentable falta de inversiones en defensa. Todos estos problemas estallaron poco después de que Scholz asumiera el cargo.

Al cabo de poco más de dos años, la opinión pública alemana parece haber llegado a la conclusión de que Scholz, en concreto, no está a la altura de las circunstancias. Sus índices de popularidad son los más bajos jamás registrados por un canciller alemán. Los tres partidos de su coalición —los socialdemócratas, los verdes y el liberal FDP— obtienen en conjunto [en los sondeos] un 32%, 20 puntos menos que en las [últimas] elecciones. Con la salvedad habitual de que no se debe extrapolar un sondeo a unas elecciones para las que aún faltan 18 meses, un segundo mandato de Scholz parece improbable.

¿Qué ha fallado? Para empezar, a Scholz no le gusta hablar mucho y, cuando lo hace, parece decir una cosa y hacer otra. La expresión scholzing [“sholzear”] surgió cuando la oficina del canciller frustró las entregas de armas a Ucrania, a pesar de que se había comprometido a ellas.

El scholzing salió mal. El Gobierno alemán es el que más dinero gasta en ayuda a Ucrania de toda Europa, pero no se le reconoce el mérito. Lo que pasó es que Scholz era reacio a proporcionar armas que pudieran penetrar en territorio ruso. Al igual que Scholz, los alemanes albergan también sentimientos encontrados respecto a esta guerra. Podría haberlo dicho sin rodeos. La gente sabía cuando le eligió que no era un hombre con carisma y grandes ideas. No conocían su aversión a la comunicación. Ahora ya no confían en él.

Su desafortunada tendencia a entrecerrar los ojos y sonreír abiertamente acentúa esa impresión. Friedrich Merz, el líder de la oposición, habló una vez de una sonrisa parecida a la de un pitufo. El scholzing, la falta de comunicación, la sonrisa, todo se traduce en una imagen poco favorecedora. El Frankfurter Allgemeine resumió en una ocasión este sentimiento general mostrando una foto con un Scholz sonriente delante de un tanque: “¿Le comprarías un tanque de segunda mano a este hombre?”.

No le habrían hecho lo mismo a Helmut Schmidt, canciller desde 1974 hasta 1982, al que Scholz parece tomar como modelo. Schmidt también gobernó en una época de convulsión mundial, pero tenía cualidades de las que carece Scholz. Era un orador brillante. La gente confiaba en él y le respetaba, incluidos los votantes que apoyaban a la oposición.

Debemos recordar que Scholz ganó la campaña de 2021 no por algo que hiciera o dijera, sino porque sus dos adversarios se hundieron. Ninguno de los dos había ocupado nunca puestos de alto nivel en el gobierno. Empezó como el candidato con menos probabilidades de éxito y acabó como el único que quedaba en pie. Su éxito en 2021 es también la razón por la que su SPD no ha entrado en pánico. Scholz consiguió ganar contra todo pronóstico en 2021. Podría volver a hacerlo.

Pero su partido se está poniendo nervioso. Lo que será diferente la próxima vez es que los votantes se han formado una opinión sobre él, y que se enfrentará a Merz, presidente de la CDU, y un peso pesado de la política.

Bild, el influyente tabloide alemán, está llevando a cabo una campaña para sustituir a Scholz por Boris Pistorius, el popular ministro de Defensa del SPD. Un posible momento para una insurrección es septiembre, mes en que se celebrarán tres elecciones estatales en el este de Alemania. Pero no está nada claro que un cambio de líder solucione el problema del SPD. Pistorius es popular ahora por la misma razón por la que Scholz lo era en 2021. La gente no le conoce mucho. Solo lleva un año en la política nacional.

Detrás de las críticas al liderazgo de Scholz se esconden problemas más profundos que tienen más importancia que las cualidades personales del canciller: la desorientación general en Alemania que acompaña al cambio geopolítico y social; el descontento por las políticas económicas de la coalición; y una revuelta contra todo lo verde.

Pero lo peor de todo es, sin duda, la maltrecha economía. No se trata solo de las cifras de crecimiento. Todo el mundo puede ver que se está produciendo una desindustrialización. En principio, un gobierno puede abordar este problema de dos maneras. Invertir la desindustrialización, como ha intentado hacer Estados Unidos, o preparar al país para una estrategia posindustrial. Alemania no está haciendo ninguna de las dos cosas. Quiere aferrarse al viejo modelo industrial, pero disfrazándolo de “industria verde”. Los votantes no son tan estúpidos.

Quizás el mayor revés para Scholz fuera la sentencia del Tribunal Constitucional alemán el pasado noviembre, que declaró que la práctica presupuestaria de la coalición violaba las ultraestrictas normas fiscales alemanas. En Alemania, esto es el equivalente político a que te pillen con las manos en la masa. Para eludir las normas de endeudamiento, la coalición había transferido fondos a un vehículo extrapresupuestario, y el tribunal declaró que esto no era legal.

Y no fue solo un daño a la reputación. La sentencia tuvo efectos directos. Obligó al Gobierno a adoptar un presupuesto de austeridad en plena recesión. Las medidas incluían la retirada de subvenciones a los coches eléctricos y al gasóleo agrícola, lo que causó todavía más descontento. Uno de los grupos descontentos es el de los agricultores, que han salido a la calle a protestar.

Es el invierno del malestar en Alemania. La esperanza de Scholz es que las próximas elecciones lleguen después del próximo invierno. Y que las cosas mejoren.

Pero incluso si la economía se recupera, dudo que Scholz y sus socios de coalición se lleven el mérito. Lo que los votantes están viendo es que los tres partidos carecen de un consenso compartido sobre el futuro rumbo de la economía. A medida que nos acerquemos a las próximas elecciones, las diferencias saldrán a la luz mucho más claramente.

Y aquí radica el problema más profundo, que, en realidad, no es Scholz. Es que Alemania se ha vuelto mucho más difícil de gobernar.

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