¡Coño!
La hija levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. Me dice, con un gesto, que la memoria se le va y se le viene. Luego se enfrenta al padre, le pregunta: ¿Quién soy yo?
―¿Seis por cinco? ―pregunta una mujer de unos 40 años a un hombre mayor―.
―30 ―responde el anciano―.
―¿Te das cuenta de lo bien que estás, papá? ―dice ella―. No has cometido un solo fallo en más de media tabla.
Me han servido un café con leche, aunque había pedido un té, pero no protesto para no perderme la conversación de la mesa de al lado, donde continúan con la letanía aritmética. Al poco, la mujer vuelve a celebrar la memoria del padre, a lo que este responde que preferiría recordar la batalla de las Termópilas.
―Ser consciente de lo que no recuerdas es una excelente señal ―manifiesta la mujer en tono optimista―. En eso están de acuerdo todos los médicos. Además, qué ventaja tiene la batalla de las Termópilas sobre la tabla de multiplicar.
―En la batalla había un relato.
―Y en la tabla de multiplicar, bien visto, también. Es como un cuento de misterio por el que vamos avanzando hacia el diez por diez.
―¿Y dirías que termina bien o mal?
―¿Bien o mal? No sé.
―Los relatos terminan bien o mal, pero la tabla termina en tablas, no compares.
La hija saca el móvil, busca en internet y dice que en el Paso de las Termópilas figura la siguiente inscripción: “Viajero, ve a Esparta y di que hemos muerto por cumplir sus sagradas leyes”.
―¿Lo ves? ―corrobora el padre―. Ahora me acuerdo de que yo estuve en esa batalla. Caímos a cientos.
La hija lo observa con gesto de preocupación.
―No pudiste estar allí, papá. Ocurrió hace muchos años.
―No importa ―insiste el anciano―, estuve allí. Fue una carnicería.
La hija levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. Me dice, con un gesto, que la memoria se le va y se le viene. Luego se enfrenta al padre, le pregunta:
―¿Quién soy yo?
El viejo la observa extrañado.
―¡Coño!, ¿no sabes quién eres? ―exclama―.
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