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Columna
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La mística: un enfoque científico

Hay neurocientíficos a los que las grandes cuestiones les importan entre poco y nada, y también agricultores torturados por ella

Ilustración de la teoría de la evolución de Darwin.
Ilustración de la teoría de la evolución de Darwin.
Javier Sampedro

Nuestra mente ama las dicotomías. Hay gente de derechas y de izquierdas, autoritarios y liberales, creyentes y descreídos. Todas estas particiones son discutibles, y siempre tendremos que considerar casos difusos, intermedios y epicenos, pero dividir las cosas en dos grupos, aunque sea solo una aproximación, resulta una gran ayuda para explorar las sutilezas interminables de la realidad de ahí fuera. No creo que esto sea una extravagancia humana, porque gran parte de la inteligencia artificial que nos ocupa estos días se basa en el arte de separar una distribución caótica de cosas en dos grupos. Por desordenados que parezcan los objetos, la máquina siempre encuentra una curva simple que los divide en dos. Es posible que formular dicotomías sea una forma universal de pensar, una que podríamos compartir con los extraterrestres y hasta con Terminator, una inteligencia artificial del futuro. Malo o bueno, bruto o dialogante, truco o trato.

Una dicotomía bien curiosa es entre místicos y pragmáticos. Digo que es curiosa porque, para empezar, yo mismo me considero ambas cosas. Cuando salgo de la ciudad miro al cielo nocturno y la cabeza se me vuela por las galaxias y las profundidades del tiempo. Luego vuelvo a la ciudad y cojo el metro como todo el mundo. Es lo que tienen las dicotomías. Quizá todos seamos místicos y pragmáticos a la vez, pero sospecho que hay gente mucho más mística que otra, y no me refiero a la religión, sino a esa especie de vértigo metafísico que captura a muchas personas con independencia de su formación y de sus creencias. Los místicos se preguntan con Kant: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el ser humano? Conozco a filósofos y neurocientíficos a los que esas grandes cuestiones les importan entre poco y nada, y también a agricultores torturados por ellas. Somos una especie complicada.

El Centro Nacional para la Educación Científica de Estados Unidos (NCSE), una institución sin ánimo de lucro dedicada a promover la enseñanza de la evolución en la escuela pública, acaba de nombrar como presidenta ejecutiva a Amanda Townley, una mujer que se crió en el norte de Alabama rodeada de la espesa atmósfera del creacionismo de la Tierra joven, que sostiene que Dios creó el mundo hace 6.000 años. Su profesora de biología en el instituto se negó a enseñar la evolución porque no creía en ella. Resulta paradójico a primera vista, pero no lo es tanto. Townley era una mística, como yo, y si la profe no resolvía su angustia sobre el origen de la humanidad, tendría que buscar las respuestas en otro lado. Enseguida decidió leer la parte del libro que no entraba en el temario y halló en Darwin la verdad. Estudió biología evolutiva y pedagogía científica y ha llegado hasta el importante puesto que ocupa hoy. Tiene las ideas claras y conoce mejor que nadie el oscuro magma irracional al que debe enfrentarse.

Quizá los místicos seamos los más pragmáticos después de todo, porque es verdad que vivimos torturados por las grandes cuestiones, pero somos los únicos que pensamos que tienen respuesta. Ser un provinciano es una pobre excusa para creer en cosas raras y dañinas. Leed la parte del libro a la que no llegasteis.

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