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Columna
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Legislatura pendiente para Sánchez

El presidente comienza su mandato con la carencia de la falta de explicaciones sobre la amnistía: al evitar discutir sus desventajas no podemos saber sus ventajas. No se puede dar un consentimiento informado porque no ha explicitado los problemas que la medida puede provocar

Pedro Sánchez interviene en el debate de su investidura, este jueves en el Congreso.
Pedro Sánchez interviene en el debate de su investidura, este jueves en el Congreso.Claudio Álvarez
Víctor Lapuente

Pedro Sánchez ha sido elegido presidente del Gobierno con un discurso inteligente, pero inmaduro. Hay mucho que alabar en las propuestas que ha desgranado (en salud mental, ciencia, cultura o transporte público), pero el candidato ha perdido una oportunidad única para justificar los pactos que sustentarán la legislatura. ¿Qué conllevará, para toda España, el pacto con Junts? ¿Y el cheque no en blanco que le ha concedido Aizpurua, de EHBildu?

Había un temor a que Sánchez nos tratara como niños. Que evitara explicarnos su cambio de posición copernicano: cómo pasó de ser inflexible con Puigdemont a convertirlo en socio político. Se comprende el silencio autoimpuesto por los socialistas durante los meses de negociación. El PSOE ponía cara de póquer porque cualquier gesto podría elevar la apuesta, sobre todo de Junts que, desde Waterloo, detectaba cualquier leve movimiento sísmico procedente de la Península como un grave terremoto.

Pero ahora tocaba exponer las causas y las consecuencias de sus acuerdos para España. Eso requería, primero, escapar del marco polarizador. Y Sánchez ha criticado la crispación, aunque, desde el principio del debate, ha ahondado en que sólo tenemos “dos caminos opuestos”. ¿Cómo vamos a enterrar la política de trincheras si definimos el juego como una lucha de buenos contra malos? La respuesta del PP no fue conciliadora, pero, con una mayoría sólida garantizada, es obligación del candidato a presidente proyectarse por encima de las divisiones.

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Segundo, el médico que aplica un tratamiento duro (y dejo a juicio del lector si la amnistía es cirugía mayor o menor del orden legal) debe explicar los efectos secundarios al paciente. No se puede limitar a glosar las consecuencias balsámicas que la amnistía tendrá sobre el cuerpo político, en términos de concordia en Cataluña, sin mencionar sus costes. Hay dos obvios: olvidar ciertos delitos, como mínimo, tensiona (algunos dirán que viola flagrantemente) el principio de igualdad de todas las personas ante la ley. Y es una norma hecha por, y a medida de, sus beneficiarios. Aun así, quizás la amnistía vale la pena. Pero, al evitar discutir sus desventajas no podemos saber sus ventajas. El pueblo no puede dar un consentimiento informado a Sánchez porque no ha explicitado los problemas que su medicina puede provocar, hoy y en escenarios futuros: ¿es la amnistía una legislación excepcional o se repetirá si Puigdemont u otros vuelven a las andadas?

Sánchez no nos trató como niños, porque a los niños no los convences mencionándoles sólo las maravillas de un cambio (de colegio, casa o juguetes), sin reconocerles que también hay costes (como perder amigos). Fue peor: Sánchez nos trató como padres. Cuando justificó la amnistía porque ha habido decenas en otros países (obviando que no constan intercambios tan visibles de amnistía por votos de investidura) sonó como el chico que pide la consola o el móvil de última generación porque “todos sus amigos lo tienen”.

Quizás Feijóo, o sin duda Abascal, han estado peor. La tribuna no se ha quedado “pringada de cinismo”, como denunciaba el líder de Vox, sino de testosterona. Pero la vara de medir de un presidente no son los otros políticos, sino los estadistas. Y tal vez Sánchez firmará una legislatura sobresaliente, pero empieza con una asignatura pendiente.

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