Palestina menguante
Suena a hueca cualquier explicación que disfrace como derecho legítimo a la defensa lo que ya es un precio insoportable a pagar por los gazatíes en respuesta a las atrocidades de Hamás
Una guerra ofensiva sin más objetivo que la venganza y la demostración de superioridad difícilmente conduce a la victoria. Es el camino de Netanyahu, que ha transformado la inicial respuesta al ataque contra Israel en una guerra de retribución sin más propósito que la aniquilación del adversario.
Un mes permite evaluar lo que la guerra puede dar de sí y también el propósito político que permita declarar el éxito de la invasión y dar por recuperada la capacidad disuasiva de Israel. A Zeev Jabotinski, el padre fundador del sionismo derechista, no le bastaba la ley de Talión, sino que exigía una retribución duplicada: “Dos ojos por un ojo y la dentadura entera por un solo diente”. A la vista del campo de ruinas y de la creciente montaña de cadáveres, suena a hueca cualquier explicación que disfrace como derecho legítimo a la defensa lo que ya es un precio insoportable a pagar colectivamente por los gazatíes, en respuesta a las atrocidades cometidas por las bárbaras milicias islámicas de Hamás.
Toda la atención se centra ahora en definir la guerra mediante la organización de la posguerra. Están fuera de lugar dos tentaciones maximalistas, aireadas por los socios de Netanyahu. La mayor locura sería el lanzamiento de una bomba nuclear, tal como propone uno de los más extremistas ministros de Israel. Le sigue otra idea perversa, como la simple expulsión de los palestinos a Egipto. Hamás y los ultras del Gobierno de Netanyahu comparten similares ideas genocidas y de limpieza étnica, que quisieran aplicar entre el Jordán y el Mediterráneo, unos contra los judíos y los otros contra los palestinos. Los primeros para recuperar la tierra islámica y los segundos las bíblicas Judea y Samaria que corresponden a Cisjordania, sin que les importe lo más mínimo ni a unos ni a otros el futuro de Gaza y de su población.
Una vez descartada o prohibida por los aliados la ocupación militar permanente, es improbable la implicación de la desprestigiada Autoridad Palestina, de instituciones internacionales o de una coalición árabe en la gestión del desastre provocado por otros, especialmente sin el reconocimiento del Estado palestino que Netanyahu ha combatido con denuedo. Los Acuerdos de Abraham que dejaban a la Autoridad Palestina arrinconada están en el congelador, de forma que todo conduce a comprar tiempo con una nueva patada hacia adelante, sin nada que merezca el nombre de paz definitiva ni de justicia para los palestinos.
Con Gaza dividida y recortada por unos bordes de seguridad más amplios, su población diezmada y traumatizada y Hamás disminuido aunque no desaparecido, el expansionismo sionista habrá conseguido arañar más territorio palestino y seguir aplazando la resolución del conflicto tal como ha venido haciendo los últimos 56 años, al igual que se reduce un tumor con un tratamiento de choque. Es un horizonte paradójico, en el que la idea de los dos Estados sigue alejándose justo cuando se percibe como la única disponible para resolver pacíficamente los derechos en disputa de los dos pueblos sobre la misma tierra.
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