Feminicidio en Irán
Un año después del asesinato de Masha Amini y tras meses de protestas, otra joven muere en un episodio relacionado con el uso obligatorio del velo
Poco más de un año después de la muerte de la joven Mahsa Amini tras recibir una brutal paliza en una comisaría de Teherán a manos de la policía de la moral, el episodio se repitió el pasado día 1 con la agresión sufrida por Armita Geravand, de 17 años, en el metro de la capital iraní y por parte del mismo cuerpo represivo, según denunciaron las organizaciones de derechos humanos. El resultado ha sido la muerte cerebral de la joven esta semana. La excusa en los dos casos es la misma: no llevar correctamente el velo islámico, obligatorio para todas las mujeres en la calle. Entre ambos casos han transcurrido meses de protestas multitudinarias en las que hasta mediados de septiembre habían muerto al menos 550 personas —muchas menores— y más de 19.000 habían sido detenidas. De ellas, medio centenar han sido condenadas a la pena capital y siete de ellas, ejecutadas. Nada de esto ha servido para mover ni un milímetro al régimen de los ayatolás en su política represiva hacia la mujer. Al contrario, la teocracia iraní ha redoblado su política de mano de hierro.
El asesinato de Amini sacó a las calles a miles de personas hartas de la brutalidad de un gobierno cuya respuesta ha sido clara: aplastar todo signo de disidencia. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos han denunciado la persecución sistemática, las detenciones arbitrarias y los interrogatorios —tortura incluida— de toda persona considerada una amenaza. Eso incluye al ciudadano español Santiago Sánchez, detenido cuando visitaba la tumba de Mahsa Amini y recluido desde hace más de un año a pesar de los esfuerzos de la diplomacia española por liberarlo. El pasado domingo, las dos periodistas que publicaron la historia de la muerte de la joven, galardonadas por Naciones Unidas con el premio a la libertad de prensa, fueron condenadas a 12 y 13 años de cárcel.
Días después de la agresión a Geravand, el Nobel de la Paz reconoció a Narges Mohammadi, encarcelada en Teherán, por su lucha contra la opresión. Poco más tarde fue el Parlamento Europeo el que otorgó el Premio Sajarov a Amini a título póstumo y al movimiento de mujeres en Irán. Ambos galardones son sin duda merecidos, pero en el contexto iraní se quedan en mero gesto. La invasión rusa de Ucrania y la reconfiguración de las alianzas globales —acelerada con la guerra entre Hamás e Israel— han reforzado al régimen de Alí Jamenei, menos aislado ahora que cuando comenzaron las protestas. En agosto, Estados Unidos y la república islámica firmaron un acuerdo para la liberación de cinco estadounidenses a cambio del desbloqueo de 6.000 millones de dólares en activos congelados a Irán. Mientras, las iraníes siguen librando una batalla desigual por su libertad. Su lucha no puede quedar opacada por otros trágicos acontecimientos internacionales. Es hora de apoyarlas con algo más que palabras.
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