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tribuna
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Claudia Goldin, el feminismo que no asusta, pero influye

Gracias al rigor de la flamante premio Nobel de Economía, a su calidad investigadora y a su capacidad para ocupar espacios de poder en la disciplina, la ha hecho progresar y, con ello, a las demás economistas

Claudia Goldin
La premio Nobel de Economía, Claudia Goldin, llega a la rueda de prensa en la Universidad de Harvard junto a su perro Pika, este lunes en Massachusetts, Estados Unidos.REBA SALDANHA (REUTERS)

A finales de 1991, mientras preparaba mi proyecto de tesis para solicitar una plaza en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, encontré un libro inspirador que acaba de publicarse en inglés: Comprendiendo la brecha de género. Historia económica de las mujeres en Estados Unidos. Su autora se llamaba Claudia Goldin y abordaba justo aquello que yo quería investigar: las raíces históricas de las desigualdades de género en los mercados de trabajo como única vía para entender por qué las mujeres participamos menos que los hombres en el empleo y con salarios inferiores, de forma más precaria y temporal, en un menor número de sectores y con menor probabilidad de ascender.

Ese mismo año, Claudia Goldin se convirtió en la primera mujer en acceder a un puesto permanente en el Departamento de Economía de Harvard. Ese logro lo fue también para muchas otras mujeres que investigábamos los mismos temas y encontramos en su nombramiento un amparo contra el menosprecio circundante.

Entonces, y hasta hace muy poco, los estudios de historia económica no incluían a las mujeres en sus análisis y cálculos. Siempre que a Goldin le han preguntado por qué investigaba las desigualdades de género en los mercados de trabajo ha respondido que lo hacía por motivos académicos. Efectivamente, parece increíble que el PIB, las tasas de actividad, los niveles de vida o la productividad ignoraran la participación económica de la mitad de la población. No sólo se desdeñaba la enorme aportación de las mujeres en forma de trabajo no remunerado, sino también su actividad remunerada. Parecía natural prescindir de la mitad de la población, a pesar de las muchas, contundentes y trabajosamente obtenidas evidencias de lo contrario.

Claudia Goldin demostró desde Harvard lo que otras muchas también investigábamos: que las mujeres siempre hemos trabajado, aunque nuestra participación ha variado a lo largo del tiempo, siendo más elevada en las sociedades agrarias y, posteriormente, en las de servicios, y menor en las sociedades industriales. Goldin mostró que esa participación en los últimos siglos tiene forma de U, aunque gran parte de la zona baja de la U se debe a un efecto estadístico asociado a una mala recogida de datos. Lo que Goldin no explicaba era por qué en las fuentes las mujeres aparecíamos por defecto como inactivas y la vinculación que eso tiene con lo que la sociedad suponía y supone que son y hacen los hombres y lo que son y hacen las mujeres.

Nunca ha resultado incómoda. Siempre ha estado integrada en la corriente principal de la economía, pero nunca ha dejado de avanzar en el análisis de género dentro de este campo. Y gracias a su rigor, su calidad investigadora y su capacidad para ocupar espacios de poder en la disciplina, la ha ido moviendo, la ha hecho progresar y, como consecuencia, también a las mujeres que trabajamos en ella.

A esa contribución siguieron otras como la teoría de la contaminación, que explica la oposición de los trabajadores y los sindicatos a la incorporación de mujeres en sectores económicos masculinizados; el análisis de las audiencias “ciegas” en las orquestas sinfónicas, que mejoraron la contratación de mujeres; o la importancia de la píldora anticonceptiva para las elecciones sentimentales y profesionales de las mujeres al permitirles retrasar la edad de matrimonio y formación de la familia, invertir más en educación y contemplar la opción de emprender una carrera profesional.

En sus últimas investigaciones, plasmadas en su reciente libro Carrera y familia, Goldin vuelve su mirada a los cuidados y los tiempos en la familia, y a la división de roles entre parejas heterosexuales norteamericanas con formación universitaria y su interacción con la “economía de la codicia”, que remunera desproporcionadamente las largas jornadas, las horas extraordinarias y los fines de semana y que las mujeres evitan para especializarse en los cuidados y en sectores de horarios controlados.

Aunque Goldin llega más lejos hoy que hace 30 o 40 años en el análisis feminista de la economía cuando señala que la organización del trabajo en las empresas debe cambiar y los hombres reivindicar su tiempo de cuidados, sigue partiendo de las premisas clásicas de la corriente principal de la economía, basadas en la elección, y en ningún caso denuncia la necesidad de una transformación más profunda y sistémica, o exige cambios regulatorios, fundamentales para entender los avances en igualdad.

Quizás por eso nunca haya estado activa en los foros de economía feminista, donde coetáneas suyas como Julie Nelson, Lourdes Benería o Nancy Folbre han hecho contribuciones esenciales que difícilmente veremos premiadas con este mal llamado Nobel de Economía. Aun así, creo que Goldin es más que digna merecedora del premio por haber conseguido introducir en la economía más ortodoxa las desigualdades de género y el tema de los cuidados y los tiempos. Desde un feminismo que no asusta, ha logrado avanzar el conocimiento en economía, influido en la política económica y en la promoción de investigadoras en economía, y eso no tiene precio.


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