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COLUMNA
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El origen de ‘La pantera rosa’

Los diamantes son para siempre. Los continentes no

Un diamante rosa tallado en forma de marquesa de siete quilates y un diamante azul con talla escalonada de 3,01 quilates, en una  presentación en Sotheby's en Ginebra en junio de 2020.
Un diamante rosa tallado en forma de marquesa de siete quilates y un diamante azul con talla escalonada de 3,01 quilates, en una presentación en Sotheby's en Ginebra en junio de 2020.DENIS BALIBOUSE (Reuters)
Javier Sampedro

Por si los diamantes del montón no fueran ya lo bastante valiosos, los diamantes rosas son un clásico del lujo, del poder y la codicia. Daria-i-Noor, una de las joyas nacionales iraníes, es un diamante rosa de grandes dimensiones y poliédrica belleza, al igual que su compañero Noor-ul-Ain, que está engarzado en una tiara perteneciente al mismo tesoro. Ambos llegaron a Persia desde India tras unos vericuetos históricos de gran densidad narrativa. La pantera rosa que Blake Edwards inventó en su película de 1963 también era un diamante rosa, desde luego, aunque ese recurso argumental no llegó muy lejos en la cinta. En realidad, fue Ben Affleck quien disparó la popularidad y el precio de los diamantes rosas al regalarle uno a Jennifer López en 2002. Los efectos inflacionistas de esa ocurrencia aún no se han disipado, y un diamante rosa puede alcanzar en una subasta los 70 millones de euros sin mayor problema.

Los geólogos llevan décadas o siglos intrigados y confundidos acerca del origen de estas piedras únicas y preciosas. Los diamantes son cristales de carbono puro, y su color no se debe a ningún tinte que los haya contaminado. Si son rosas, tiene que ser porque alguna presión formidable alteró su estructura hace cientos de millones de años. ¿De dónde vino esa presión brutal? ¿De un terremoto, de las fuerzas geológicas de cizalladura, de la exposición posterior a la radiación? Nada de eso. Los científicos creen haber hallado ahora la verdadera explicación, y se trata de uno de los fenómenos más espectaculares y violentos que cabe concebir en este planeta, o quizá en cualquier planeta. Ni más ni menos que la rotura de un continente en dos. Un verdadero Godzilla de la historia geológica profunda.

Pese a la celebridad de las joyas indias e iraníes, el mayor productor de diamantes del mundo es Australia, y ello debido casi en exclusiva a la mina de Argyle, en el oeste del país. En esa mina han aflorado también el 90% de los diamantes rosas que han adornado los escaparates de Tiffany’s desde los años ochenta. Los depósitos volcánicos de Argyle, que hoy están cerca de la superficie terrestre, se originaron hace 1.300 millones de años a gran profundidad debido al desgarro tremebundo que rompió en dos un supercontinente ancestral, y uno de los volcanes desatados por la catástrofe los hizo emerger hasta su cómoda ubicación actual. La mina de Argyle se clausuró en 2020, una vez exhausto su tesoro. El mercado del lujo es voraz e insensible al sufrimiento ajeno.

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Curiosamente, los diamantes más apreciados del mundo deben su inmenso valor a su imperfección estructural. Un cristal perfecto de carbono es incoloro, y así son los diamantes del montón. Las fuerzas formidables a que los sometió la fractura continental alteraron su excelencia geométrica, los deformaron y transformaron así sus propiedades de refracción de la luz. El rosa de La pantera rosa es, en realidad, un testigo del duro pasado de estas piedras y un reconocimiento de su naturaleza herida. Tal vez sea justicia poética que algunos de los objetos más preciados del mundo lo sean precisamente por sus defectos. Quizá los ricos tampoco sean perfectos.

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