Una montaña de pinganillos
La protesta de Vox quizá fue su fórmula para obtener la foto a la que ahora podrá recurrir lo mismo que a la bandera, y convertirla en símbolo
Algunas secuencias parecen hechas adrede para que las escriba Juanjo Millás. En esos casos, sus protagonistas, que lo saben de antemano, se disponen con el mejor ángulo para que el escritor les haga salir elegantes y firmes en su artículo de los domingos. Suele ocurrir al revés: que la vida produzca la foto primero y luego Millás la escoja y la describa, pero se dan ocasiones excepcionales en que aparece antes el artículo que su imagen. Sucedió este martes, por ejemplo, en el primer pleno del Congreso en el que se usaban las lenguas cooficiales del Estado. De este mismo Estado, según hubo que aclarar en vista de la escandalera.
Fue nada más empezar. Al oír la primera intervención en gallego, los diputados de Vox salieron de uno en uno del hemiciclo. Antes, en una coreografía quién sabe si ensayada, dejaron sus pinganillos sobre la mesa del escaño 1101 que, como se lee en la foto, corresponde a Pedro Sánchez. De haber estado allí el presidente en funciones, los apuntes que tuviera en la mesa le habrían quedado bajo una pila de aparatos electrónicos pensados para que puedan entenderse quienes hablan las lenguas que dicen que hay que cuidar.
En ese instante pareció que todo seguía una pauta que Millás hubiera tramado antes en alguno de sus artículos, o de sus cuentos. Ese instante que ni tuvo palabras ni le hicieron falta, porque aquello se entendió al vuelo. Lo captó antes que nadie el PP, cuyo portavoz venía de negarse a hacer el canelo y acabó usando el euskera en la Cámara para rechazar que se use el euskera en la Cámara. Fue Borja Sémper quien reaccionó cuando los diputados de la extrema derecha se le marcharon también a él durante su discurso: “Vivimos en un país en el que durante demasiadas décadas no pudo haber libertad para expresarse. Padecimos una dictadura. Y durante demasiados años en el País Vasco una banda terrorista asesinaba a quien piensa diferente. Yo no quiero que nadie se levante de su escaño y se vaya. Quiero que debatan. Todos”. Lo dijo con tal convencimiento que por un momento pareció que Vox fuera algo distinto a su principal socio.
Esa segunda escapada, la que le ofrecieron a Sémper los parlamentarios de Vox, la hicieron de otra manera, sin tiempo para subir a la tribuna y dejarle los pinganillos sobre los papeles. Entre otras razones, porque a saber dónde estaban ya los aparatos, si los tuvieron que recoger los ujieres después de que los hubieran apilado en el lugar de Sánchez con caras de la mayor solemnidad y desdén. Alguno incluso con desprecio, que le sirvió para tirar un papel sobre el escaño del presidente en funciones.
Y así fue como los protagonistas compusieron la secuencia que Samuel Sánchez capturó para este periódico, en un pasaje mudo que resume parte del debate de las lenguas. Quizá fue la fórmula de Vox para obtener la foto de una montaña de pinganillos a la que ahora podrá recurrir lo mismo que a la bandera, y convertirla en símbolo. Al cabo, las lenguas son menos maleables que las pulseras y es imposible enroscarlas a la muñeca. Para defenderlas, alcanza con hablarlas.
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