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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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‘Make Argentina Great Again’

Pocos vieron venir el éxito de Javier Milei, señal inequívoca de que, una vez más, los observadores políticos trabajaron con el catalejo desenfocado sin valorar en su justa medida el impacto de la campaña en los nuevos lugares de la política

El candidato presidencial argentino Javier Milei, en Buenos Aires, Argentina, el pasado 13 de agosto.
El candidato presidencial argentino Javier Milei, en Buenos Aires, Argentina, el pasado 13 de agosto.Natacha Pisarenko (AP)
Carmela Ríos

La derecha trumpista mundial está de enhorabuena tras los magníficos resultados obtenidos por su correligionario argentino Javier Milei que, contra todo pronóstico, se colocó en cabeza en las elecciones primarias del 13 de agosto, previas a las presidenciales del próximo mes de octubre. Una victoria que pocos vieron venir, señal inequívoca de que, una vez más, los observadores políticos trabajaron con el catalejo desenfocado sin valorar en su justa medida el impacto de la campaña que Milei estaba desarrollando en los nuevos lugares de la política, las redes sociales, a cuyos pechos se alimentan y crecen las nuevas generaciones de votantes.

Siete millones de argentinos han apostado por este economista que niega el cambio climático y es partidario de suprimir el Banco Central de su país, liberar la venta de armas, regular el mercado de órganos, suprimir la educación obligatoria o cobrar por algunos servicios de la asistencia sanitaria. “Amamos la libertad, respiramos libertad y estamos dispuestos a dar la vida por la libertad”, proclama Milei en uno de los miles de vídeos de TikTok que reproducen sus mensajes o sus intervenciones televisadas. Unos golpes de pecho digitales que casan a la perfección con un personaje que hace de la hipérbole una forma de estar en política. Todo es excesivo en él: la carga emocional de sus mensajes, la dialéctica inflamada, el uso de códigos políticamente incorrectos, una penetrante mirada azul, o su tono de voz poderoso y convincente. Pero lo excesivo resulta perfecto a ojos del algoritmo, que magnifica su lado disruptivo y provocador hasta hacerlo irresistible para los sectores del electorado más desencantados con la política.

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Milei ha sabido, como buen candidato populista, fomentar la polémica y la división social, sembrar dudas sobre los mecanismos electorales y, sobre todo, capitalizar el descontento de los ciudadanos hacia la clase política a través de la banalización del odio y el insulto. Los adversarios son, para él “una “casta de mierda”, un “nido de ratas” o “unos pedorros”. El catálogo de agraviados por Milei incluya a uno de sus compatriotas más ilustres. “Dedicado a vos, @Pontifex zurdo hijo de puta que andás pregonando el comunismo por el mundo. Sos el representante del maligno en la casa de Dios. ¡Viva la libertad, carajo”, escribió el candidato en su cuenta de Twitter en septiembre de 2018.

Los excesos no han pasado factura a Milei, más bien al contrario. Tiene cuatro millones de seguidores en las redes sociales y cuenta con un equipo de estrategas expertos en amplificar sus mensajes, entre ellos un asesor de Bolsonaro, y una potente comunidad digital de cuentas no oficiales que replican su discurso. Y Milei tiene TikTok, la red social de efervescencia viral que en año y medio le ha conectado con miles de jóvenes para los que la coyuntura económica no pinta un buen futuro. Sus vídeos han llegado por esta vía, aseguran sus asesores, a 300 millones de personas. TikTok es el granero de los nuevos votantes y un terreno fértil para la narrativa antisistema. En definitiva, un actor imprescindible de la nueva comunicación política, algo que los candidatos y partidos populistas parecen haber comprendido mucho antes que las fuerzas políticas tradicionales.

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