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Columna
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Las voces de la memoria

En la semana que el pacto PP-Vox para gobernar Aragón apuesta por derogar su ley de memoria democrática, no hay mejor enmienda que recordar a Carmen Antón

Los portavoces del PP y Vox en el Parlamento aragonés, durante la firma del pacto de gobierno.
Los portavoces del PP y Vox en el Parlamento aragonés, durante la firma del pacto de gobierno.JAVIER BELVER (EFE)
Pilar Mera

Mi verano también es tiempo de lectura. Digo también porque según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, que nos chiva que leer se nos da especialmente bien en vacaciones, no soy muy original. También porque leer es actividad importante el resto de mi año. Lecturas de trabajo que a la vez son disfrute. En verano estas lecturas fronterizas se intercalan con otras más ligeras, pero todas tienen sabor salado de orilla del mar. Todas saben a vacaciones.

Estos días me acompaña Carmen Antón, estudiante de Medicina que dejó de serlo cuando empezó la Guerra Civil. Afiliada de la Federación Universitaria Española, fue una de las actrices más jóvenes de La Barraca donde conoció y apreció a Lorca. No pudo votar en las elecciones de 1936 porque no había cumplido los 20 años, pero fue una republicana convencida. Durante la guerra, ejerció de enfermera en el frente, acompañó a niños evacuados y se encargó de la librería del Pabellón de España en la Exposición de París de 1937, así que vio a Picasso pintar el Guernica. Por sus memorias, Visto al pasar. República, guerra y exilio, pasean hombres y mujeres de la Generación del 27. Se casó con Gori Muñoz, dibujante, caricaturista y escenógrafo. Parió a su hija mayor en el París convulso de la Segunda Guerra Mundial y con ella recién nacida viajó en el Massilia, el vapor que llevó a intelectuales republicanos como Arturo Cuadrado Moure, Elena Fortún o Elpidio Villaverde al exilio en Buenos Aires.

Allí se quedó. Su casa se convirtió en punto de encuentro de los exiliados, con paella acogedora los domingos. Porque el exilio también es pérdida y nostalgia de intimidades y detalles cotidianos a los que no se puede volver. Cumplidos los 80 años, se lanzó a escribir sus memorias a ordenador porque “los recuerdos son los últimos acompañantes de los ancianos [...] testigos mudos de la vida que uno ha llevado [...], cuando uno no recuerda nada debe dar igual morirse”. Sus páginas viajaron a Galicia y llegaron al bueno de Isaac Díaz Pardo, quien no dudó en publicarlas en Ediciós do Castro, su editorial, que nació para dar espacio a las voces de la memoria. En 2022 las recuperó Renacimiento, quizás su mejor sucesora.

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En la semana que el pacto PP-Vox para gobernar Aragón apuesta por derogar su ley de memoria democrática, no hay mejor enmienda que recordar y escuchar voces como la de Carmen. Porque no da igual que mueran.

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