Agosto
Lo importante es tomarse vacaciones de uno mismo, alejarse por unos días de los odios y los entusiasmos que conforman nuestra existencia diaria

Mis abuelos se compraron una casa en la playa. Como tomaban las vacaciones en agosto, mis padres se acostumbraron a aprovechar el mes de julio. De manera que durante años he relacionado el estado de ánimo de las vacaciones con julio, aunque la mayoría de mis amigos estuviesen ansiosos por tirarse de cabeza en la espuma de agosto para nadar con alegría por el oleaje de sus diabluras. Gracias a ese pequeño quiebro aprendí también a disfrutar de mi ciudad cuando estaba más desocupada, casi vacía. Julio no ha tenido nunca el prestigio de agosto a la hora de fijar distancias. Por eso sabe fijar otro tipo de cercanías. No es mala cosa andar por los caminos que van hacia el colegio sin la urgencia del alumno que llega tarde a clase, dar vueltas por el barrio para descubrir esquinas que suelen pasar desapercibidas con las prisas o establecer una amistad más íntima con los niños que no pueden salir de vacaciones ni en julio ni en agosto.
Al hablar en soledad conmigo, acabé aprendiendo una lección: lo importante es tomarse vacaciones de uno mismo, alejarse por unos días de los odios y los entusiasmos que conforman nuestra existencia diaria. Descansar de uno no te vuelve un ser distinto, un resucitado, pero permite desasosegarse, poner orden en las sombras. García Lorca escribió que el dos es uno y su sombra.
Descansar de uno mismo me enseñó después las posibilidades de septiembre, que también son muy aprovechables. No envenenar la poesía por el hecho de ser un poeta mediocre, no calumniar a los compañeros de trabajo, no odiar el éxito ajeno, o no crispar la convivencia cuando uno no está en el poder. Conviene descansar, tranquilizarse, aprovechar las vacaciones para buscar el mar, o la sierra, o ciudades extranjeras, o los aires extremeños, o cualquier cosa. Pero ante todo para quedarse descansado de la propia mala sombra.
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